INTRODUCCIÓN.
DE LA OPINIÓN QUE TUVIERON ACERCA DE LA EXCELENCIA DE LA LENGUA CASTELLANA ALGUNOS ESCRITORES ESPAÑOLES.
El estudio de la lengua castellana y el arte de escribirla con perfección datan propiamente de aquel glorioso período de nuestra historia que solemos apellidar con el nombre de siglo de oro. Antes del reinado de los Reyes Católicos se escribió mucho en nuestra lengua. Sin remontarnos a tiempos muy antiguos, el Rey D. Alfonso el Sabio, el Infante D. Juan Manuel, los autores de las crónicas nacionales y muchos de los poetas que florecieron antes de aquella edad venturosa, dejaron en sus escritos no pocas muestras de buen lenguaje y estilo; pero en la mayor parte, si no en todos, se ve más la naturaleza que el arte, más el instinto que la reflexión, y más la ruda espontaneidad en el uso del habla dada al hombre para la declaración de sus pensamientos, que no el estudio y esmerado
cultivo de esta facultad maravillosa, don sublime de la Providencia Divina. Mas en el reinado glorioso de los Reyes Católicos resalta claro y decidido el empeño de los escritores españoles en, usar correcta y artísticamente de su hablar hermosísimo, como fruto del aprecio en que lo tenían y del deseo de hacer gallarda muestra de sus riquezas. Es notorio que el primero en promover el estudio de nuestra lengua y en abrir a los ingenios españoles la gloriosa senda que después de él habían tantos de recorrer, fué aquel ingenio insigne que en los albores del renacimiento de los estudios clásicos en España resplandeció con tan viva luz y con tan maravillosa y extraordinaria grandeza, que aun hoy, después de cuatro siglos, no se puede poner en él la vista sin una especie de asombro. El Maestro Antonio de Nebrija, como se le llamó en su tiempo y ha continuado en llamársele, fué, no sólo el más decidido promovedor de los estudios de la antigüedad clásica en España, sino el primero y más celoso cultivador que tuvo en su tiempo la lengua castellana. A él
se debe el primer arte de Gramática que se escribió de esta lengua, y a él debe ésta el afán con que fué desde entonces estudiada, como también la estima y aprecio en que en adelante la tuvieron los españoles. Así bien pudo decir aquel Maestro insigne en la dedicatoria de su Gramática: Yo
quise echar la primera piedra, e hacer en nuestra lengua lo que Zenodoto en la griega e Crates en la latina, los cuales, aunque fueron vencidos de los que después dellos escribieron, a lo menos fué aquélla su gloria, e será nuestra que fuimos los primeros inventores de obra tan necesaria.
Con estas palabras, no menos arrogantes que aquellas otras que dirigió a D. Juan de Stúñiga en el principio de su Diccionario (I), abría Nebrija anchos horizontes a los profesores españoles para que, siguiendo los derroteros que se iban a la sazón marcando en la cultura europea, aplicaran a la enseñanza de las lenguas clásicas procedimientos más sencillos y racionales, y dedicaran especial esmero al estudio del patrio idioma. Y tal hubo de acontecer, en efecto, ya que, a ejemplo de lo que sucedía en Francia y en Italia, muchos de nuestros humanistas estudiaron con empeño la lengua castellana, y escribieron libros para su enseñanza, y proclamaron sus grandezas y excelencias. Así vemos antes de mediar el siglo XVI, a Juan de Valdés escribir su Diálogo de la lengua, a fin de con-tribuir con él al mayor lustre y perfección del castellano, que es lengua (según él mismo dice) tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante, que dejarla perder por negligencia debería avergonzar a los que con tan inmerecido desdén la tratan. Y de aquí es también que no se limita Valdés en su citado preciosísimo libro a consignar preceptos gramaticales lexicográficos ni a amontonar noticias históricas, sino que, inflamado su pecho por la dignidad y gentileza del romance, sube su elegancia al punto mismo en que halla la lengua toscana, ya cultivada por Pedro Bembo y su escuela ilustre de humanistas, y que había sido ya enaltecida en las doradas plumas de Bocaccio y de Petrarca. Y pues en éstos muéstrase la pureza y propiedad de su lengua por haberla estudiado y escrito con cuidado, fía nuestro escritor insigne en que la castellana se verá excedida en alabanza a las demás lenguas vivas el día en que se llegue a tratarla con miramiento, arrancándola de las manos que pueden deslustrarla con el uso de corrompidas palabras y de giros vulgares o empleándola para vestir vilísimas materias. Amante de su propio idioma, no menos que conocedor de todas sus bellezas, entonces descubiertas a muy pocos, afirma Valdés que todos los hombres somos obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en los pechos de nuestras madres, y dando ejemplo de su consejo do quiera que se ofrece ocasión en su Diálogo, lo esmalta de expresiones felices, donde asi se ensalzan las propiedades intrínsecas del castellano y sus ventajas para decir altos conceptos, como se pide o anhela que la cuiden y se esmeren todos en escribir bien en ella, ya que todo el mundo ansiaba hablar castellano y teníase a gala y honor el ejercitarlo.
(I) Véase el núm. 721 de esta Biblioteca.
Siguió a Valdés, pasados muy pocos años, Ambrosio de Morales, que en el prólogo a las obras de su tío el Maestro Hernán Pérez de Oliva, intitulado Discurso sobre la lengua castellana, expuso las conveniencias del hablar con propiedad y elegancia, y de estimar y ennoblecer la lengua nativa escribiendo las cosas excelentes que con peregrina alteza puedan en ella declararse (t). Duélese de que siendo esta lengua en abundancia, propiedad. variedad y lindeza igual a las primeras, la olviden y tengan en poco los más obligados a honrarla y enriquecerla; defiéndela de la postración a que quieren condenarla los que nada hallan digno del entendimiento, si está declarado en romance; ensalza el primor de que puede verse revestida con la ayuda del arte, y advierte, por último, que
las cualidades y dignidad propias de la lengua se verán tanto más levantadas cuanto más se atienda a escoger los vocablos, a apropiarlos y repartirlos, a mezclarlos suavemente y con diversidad. de lo cual, dice Morales, provendrá toda la composición extremada, natural, llena, copiosa, bien dispuesta y situada.
(I) Discurso sobre la lengua castellana, por Ambrosio de Morales. Se publicó por primera
vez en el libro intitulado: Obras que Francisco Ceruantes de Salazar ha hecho, glosado, y
traduzido... En Alcalá de Henares, en casa de Juan de Brocar, año de 1546. 4.°, 230
hojas, letra gótica.
Entre los preliminares léese uno intitulado: Ambrosio de Morales, sobrino del Maestro
Oliva, al lector, que lleva por cabeza de página este letrero: Ambrosio de Morales, Discurso sobre la lengua castellana.
Lo imprimió su autor por segunda vez en las Obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva, natural de Cordoua... con otras cosas que van añadidas... Cordoua. Gabriel Ramos Bejarano, 1556.
En una advertencia al lector, dice Morales que en esta segunda impresión de su Discurso
había mudado y añadido muchas cosas que le parecieron necesarias.
Persuade el Dr. Viana con su pluma de la verdad
de estas excelencias, no olvidando que esas mismas cualidades que tan
idóneo hacen a nuestro romance para el ejercicio del traducir, le
hacen al par imposible para ser traducido; pues no pueden de ninguna
manera (dice el autor) guardarse en otra lengua las gracias,
sabrosísimas por mil maneras, de la nuestra, en las cuales, por ser
todas breves y agudísimas, cifradas en la mudanza de una letra, o
del acento, o en una alusión o equivocación, casi excede a la
griega y latina.
¡Lástima fué que este elocuente autor, que con tanto acierto trató de la superioridad y ventaja de nuestra lengua y de nuestra literatura sobre la toscana, así en prosa como en verso, afeara su precioso discurso con desatinadas especies sobre los orígenes del romance castellano!
Más acertado que el Dr. Viana en sus opiniones sobre la historia de nuestra lengua, estuvo el Licenciado Juan de Robles, y no menos elocuente en las alabanzas que le tributó en su libro de El culto sevillano. El florecimiento de nuestras letras en aquellos tiempos le anima y entusiasma; la
lección de los libros escritos por las plumas de nuestros clásicos, subyuga su entendimiento; el cuidado que al escribir pusieron éstos en el escogimiento de las palabras, según sus formaciones y terminaciones, y la tersura de sus frases y la clarísima elocuencia con que se expresaron, muévele a grande admiración; y ante el numeroso conjunto de escritores castellanos que acreditaron y pusieron su lengua en el más alto punto de perfección y de cultura a que jamás había subido, no vacila en proclamarla tan perfecta y magnífica como la latina en tiempo de Cicerón. No perdonó el Licenciado Juan de Robles ocasión para ensalzarla, ahora con la autoridad del Maestro Medina y de Aldrete, ahora con frases de su propio ingenio.
Sería muy largo recordar aquí todas las autoridades que por accidente trataron en los siglos XVI y XVII de la dignidad de la lengua castellana. Conocedores y amantes de ella, pocos hubo que no se mostraran agradecidos al modo con que les servía para vestir sus pensamientos. No hay autor de gramática, por humilde que sea, que espontáneamente no haya dejado escrita alguna frase alabadora de la lengua de Cervantes y de Granada.
(I) Yo me incliné (a traducir) sólo por mostrar que nuestra lengua recibe bien todo lo que se le encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de cera y abundante para los que la saben tratar. Carta de Fr. Luis deLeón a D. Pedro Portocarrero, publicada por D. Gregorio Mayans en la Vida del insigne agustiniano, con sus Poesías (Valencia, año de 1761).
Antes que resonaran los acentos dogmáticos de Nebrija, ya desde que Alfonso X el Sabio mandó que se escribieran las leyes en romance para el mejor gobierno y administración de su reino, dedicáronse a cultivarla con esmero y entusiasmo, desde el rey abajo, los más valientes ingenios, justos estimadores y ensalzadores de su propia lengua. No obstante esto, porción de libros aparecieron años después escritos en latín, en los cuales sus autores prefirieron este idioma al de Castilla; pero la corriente a que se oponían hubo bien pronto de arrastrarlos; ¿y qué mucho que el castellano sobrepujara al fin a un idioma muerto, si entre los usados entonces tenía singular preferencia, no solamente por las cualidades que le adornaban, sino por la necesidad que había de aprenderlo? (I), ¿y qué extraño que las cualidades de nuestra habla fueran reconocidas por todos, si el mejor libro escrito sobre sus excelencias está en la misma historia que nos dice que entonces era el idioma universal? In omnem terram exivit sonus corum et in fines orbis terrae verba corum puede decirse, con el Rey Profeta (Psalmo 18), de los españoles y de su idioma durante los siglos XVI y XVII.
Españoles fueron, en efecto, los que cruzaron
por primera vez el tenebroso mar y clavaron el glorioso pendón de
Castilla en el virgen continente americano; españoles los que
predicaron la fe de Cristo en las Indias occidentales y orientales y
en cuantas tierras circunscriben los mares Océano y Pacífico;
españoles los que gobernaban los inmensos Estados de la monarquía;
españoles los que enseñaban en las más famosas Universidades
extranjeras; españoles, en fin, los que en la política, en la
ciencia y en las letras eran los indisputables dominadores. Todas
estas grandezas habían además de redundar en beneficio de nuestro
lenguaje, que se adornó en aquella edad con cuantas galas creyó
conveniente tomar de los idiomas extranjeros. ¡Admirable estado el
suyo y el de nuestras letras en aquellos dos siglos! En Italia, dice
Juan de Valdés, así entre damas como entre caballeros, se tenía
por gentileza y galanura saber hablar castellano; la nobleza romana
procuraba, según el testimonio de ximénez Patón, dar a sus hijos
ayos españoles que los educasen, y en la nación francesa, nos dice
el mismo, entre otros libros para las escuelas, se autorizaron los de
la enseñanza para la lengua española (2); el Rey Enrique IV de
Francia era apasionadísimo del castellano y tuvo por maestro de él
al célebre Antonio Pérez, según refiere éste en una de sus cartas
a aquel Monarca;
(I) a causa da lingoa Castelhana se estender per alguas prouincias, & hauer nellas
muitos que as saibao entender. & faliar, nāo he por a bondade da lingoa (que nos nāo lhe
negamos) mas por a necessidade que della tem aquellas gentes, que della usao. Origem
da lingoa portuguesa, per Dvarte Nvnez de Liao: Lisboa, 1606, cap. XXIII, pág. 135.
(2) Prólogo al lector de su Elocuencia española en arte.
las damas francesas se complacían en la lectura de los libros de Cervantes, al decir de César Oudin en el prólogo de su traducción de Galatea, y el propio autor de El Ingenioso Hidalgo, escribe Capmany. fué convidado con muy ventajosos partidos para ir a París a enseñar la lengua española, proponiendo sus propios escritos por modelos de lenguaje; príncipes y señores la aprendían en Francia e Inglaterra, Flandes e Italia; y cuando el Emperador Carlos V, que se preciaba de español, venció en el río Albis al Duque de Sajonia, dice el Licenciado Villalón, que al presentársele, para obedecerle y demandarle perdón, todas las Señorías y Principados de Alemania, habláronle por aplacerle en castellano (I).
(I) Y añade el Ldo. Villalón en el Proemio de su Gramática, impresa en 1558, que compuso su obra por ver el común de todas las gentes inclinadas a la dichosa lengua castellana, que les aplace mucho y se precian de hablar en ella: el flamenco, el italiano, el inglés, el francés y aún el alemán se huelgan de la hablar, y que la lengua castellana lo merece todo por su elegancia, eloquencia y copiosidad: que cierto es muy acomodada a buen decir.
(2) Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, por D. Juan Antonio Pellicer y Saforcada: Madrid. por D. Antonio de Sancha, 1778.
(3) Tratado histórico sobre el origen y progresos del histrionismo en España, por D. Casimiro Pellicer: Madrid. 1804, parte segunda, págs. 197 y 198.
(4) Tractatus varii Ressolutionum Moralium. pars posterior. pág. 127.
(5) Conferencia dada el año de 1891 por el Sr. D. Juan Fastenrath, sobre las letras españolas en Holanda, en el Ateneo de El Haya.
Fue tan grande la influencia que el castellano ejerció en todas partes durante el siglo XVII, que Francia, adoradora de Italia durante el siglo XVI, tomó por modelo en el siguiente nuestras costumbres y nuestra habla, que habían extendido las guerras de la Liga y la permanencia de nuestros ejércitos en la nación vecina.. Esta influencia de nuestra lengua en la francesa llegó a tal punto, que los eruditos de allende el Pirineo, inclinados casi siempre a negar, en lo tocante a España, hasta aquello mismo que es de suyo evidente, según lo testifica el ejemplo de que Salomón Reinach se atreva a anteponer el Glossaire comparatif des langues de l´univers (en número de 280), publicado en 1787 por orden de Catalina de Rusia, al Catálogo de las lenguas (en número de 300) publicado en 1784 por Hervás, indiscutible fundador de la filología comparada (I), los eruditos franceses, repetimos, no han podido negar que la corte de Enrique IV estaba españolizada, que los cortesanos se admiraban y exclamaban, por moda, en frases castellanas, y que la lengua francesa tomó entonces de la nuestra innumerables vocablos como algarade, caramel, capitán, camarade, cassolette, creole, castagnette, embargo, duegne, galón, guitare, hagnanée, habler, mantille, negre, sarabande, sieste y otras muchas (2).
(I) Memorias de la Academia, tomo II, págs, 629 y 632. Fue elegido académico numerario en 1798, y leyó su discurso de recepción el 10 de septiembre de 1810.
(2) Ocupó su plaza de académico el 1: de marzo de dicho año. Memorias de la Academia, tomo II: Madrid. 1870, págs. 633 y 038.
(3) Impresa en Valencia por Bordazar, año de 1724, en 4.° Reimpresa en León de Francia, por los hermanos De Ville y Luis Chaimette, año de 1733. Incluida en sus Orígenes de la lengua española y en sus Ensayos oratorios: Madrid. por Juan de Zúñiga, 1737 y 1739.
(4) Así termina Mayans su Discurso de los Orígenes de la lengua española: Sepa, pues, todo buen español i todo el mundo que tenemos una lengua abundantísima i suave, i que podemos usar de ella con la mayor propiedad y energía, con brevedad. sublimidad, elegancia, harmonía, i por decirlo en una palabra, con eloquencia.
(5) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca, columnas 614, 615 y 616.
(6) Pág. 432 del tomo II de sus Opúsculos gramático-satíricos.
D. Gregorio Garcés, en los prólogos de los dos volúmenes de su Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana (2), ensalza nuestra habla en el uso de sus partículas principalmente; el benedictino Feijóo, lamentándose de la moda de salpicar con voces francesas las conversaciones y los libros, dice que si los excesos de una lengua respecto de otra pueden reducirse a tres capítulos, propiedad. harmonía y copia, es menester no olvidar que en ninguna de estas tres calidades cede la lengua castellana a la francesa (3);
(I) Págs. 123 y 171 del tomo I de su Teatro histórico-crítico de la Elocuencia española.
Estudiando Capmany la antigüedad y progresos del castellano desde su más remoto principio, escribe que ninguna de las lenguas de Europa habladas en el siglo XIII había alcanzado una forma tan pulida, bella y suave como la castellana; compárala con las len-guas francesa, inglesa e italiana, y sin desconocer las partes dignas de aplauso que éstas tienen, acuerda la indudable ventaja de la nuestra sobre aquéllas. Y más adelante dice del idioma español cuando llegó a la cumbre de su perfección: Adquirió los modos de decir en grandísimo número, breves, sentenciosos y llenos de viveza y donaire, y nada opuestos a la dignidad de su carácter. Pero la calidad más esencial a la perfección de la lengua, aun quando careciese de la feliz combinación de sílabas suaves y sonoras, de la melodía de su acentuación y de su fina variedad para modificar maravillosamente todas las ideas abstractas y sentimientos, es aquella peculiar libertad de la construcción con que huye de las
repeticiones y monotonía sin violentar su índole, y aquella rapidez y concisión de la frase desembarazada de artículos, pronombres, partículas y otros accidentes gramaticales que
volverían muy pesada la oración castellana sin darla más claridad. De este modo la lengua española, sin quebrantar sus leyes, junta a la harmonía mecánica de sus dicciones la del estilo, que no es lo mismo: admirable calidad y singular excelencia que la hace la menos tímida y uniforme de todas las vulgares y la más apta para traducir la precisión y gravedad de la latina. Así, pues, si fuere posible que Salustio, Tácito y Séneca hablasen alguna vez en buen romance, sería en español.
En otra parte de sus Observaciones forma el autor varias listas de voces castellanas sonoras y de hermosa composición silábica y de grata terminación, de voces numerosas y llenas de magnificencia, enérgicas y expresivas. Ninguna lengua moderna lleva ventaja a la española en el cúmulo de locuciones que la hacen apta para exprimir todas las ideas primitivas con precisión, distinguir todas las ideas accesorias con exactitud y tratar todos los asuntos con claridad.
(2) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca.
(3) Paralelo de las lenguas castellana y francesa, discurso XV, págs. 309-325. Teatro crítico universal, o Discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes, escrito por el muy ilustre Sr. D. Fr. Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro, Maestro General del Orden de San Benito, del Consejo de S. M. &c. Tomo primero. Nueva impresión, en la qual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares. Madrid. MDCCLXXVIII. Por D. Joachin Ibarra, Impresor de Cámara de S. M. Esta impresión consta de seis tomos. Los que hablan castellano puro, dice Feijóo, casi son mirados como hombres del tiempo de los Godos.
(1) De la excelencia de la lengua española y necesidad de su estudio. Págs. 213 y 228 de tomo II del Arte del romance castellano, cap. IX del lib. I. -De las grandes perfecciones de la Lengua Española i modo de corregirlas, págs. 96 y 10 1 del tomo I.y D. Tomás de Iriarte, haciendo hablar a la Poesía en su Poema de la música (Madrid. 1779, págs. 1247 125), pregona las ventajas de nuestra lengua, para declarar el pensamiento poético del modo siguiente:
Pues si fuera de Italia me desvelo
En buscar un lenguaje
Que a todos para el canto se aventaje,
En el Hispano suelo
Le encuentro noble, rico, majestuoso,
Flexible, varonil, harmonioso;
Un lenguaje en que son desconocidas
Letras mudas obscuras ó nasales,
Y en que las consonantes y vocales
Se hallan con orden tal distribuidas,
Que casi en igual número se cuentan:
No como en las naciones
Del Septentrión, que ofuscan y violentan
De las vocales los cantables sones.
Multiplicando tardas consonantes;
Lenguaje, en fin, que ofrece
En sus terminaciones
Los agudos y breves abundantes,
Y de esdrúxulos varios no carece.
También en el año de 1767 había asimismo defendido los fueros del idioma castellano, en la ciudad de Valencia, el P. Benito de San Pedro, escolapio ilustre, a quien, sin embargo, no dejó libre la sátira y la maledicencia de su tiempo. En aquella Atenas española, el discípulo de San José de Calasanz, inspirándose en el discurso de Medina (que sin duda se propuso imitar), señalaba a una juventud estudiosa la importancia y soberanía de la lengua castellana en gravedad. dulzura y elegancia, y encarecíales que tratar de la dignidad del romance era tratar de la grandeza y de la gloria de la patria (I).
Pero quien con mayor calor escribió, a fines del siglo pasado, con objeto de restablecer el buen gusto y depurar el idioma español de los vicios que entonces lo afeaban, fué D. Juan Pablo Forner, quien en los últimos años de su vida, en 1795, compuso con el pseudónimo del Licenciado Pablo Ignocausto (I) una sátira menipea intitulada Exequias de la lengua castellana, en la cual exclama en la Oración fúnebre con que comienza: Levantemos un monumento a la inmortalidad de esta lengua, ya que la ignorancia no ha permitido que ella sea inmortal; y perpetuemos, cuanto nos sea dable, las excelencias que tuvo en sí, para que la posteridad española cuente entre las grandes hazañas que se atribuyen a este siglo filosófico la de haberla defraudado de la magnificencia de su
idioma, del mayor y mejor instrumento que conocía la Europa, para expresar los pensamientos con majestad. con propiedad. con sencillez, con gala, con donaire y con energía.
Esta obra de Forner, en donde con singular donosura, aunque con duras palabras a veces, se critica el lenguaje grosero y tosco de los que, como él dice, ni peinaban sus discursos, ni sus cabellos, y en donde se investigan con acierto las causas de la perversión del idioma y del mal gusto en nuestra literatura de la segunda mitad del pasado siglo, es a la vez un epítome crítico y doctrinal de la historia de la lengua y de las letras españolas en sus épocas de esplendor y de decadencia, en el cual se hace alarde y reseña de los escritores más famosos que han levantado o pervertido nuestro idioma.
Como se ve, no faltaron escritores distinguidos que, a pesar de la decadencia de las letras, procuraran, en el siglo pasado, mantener el entusiasmo literario, haciendo ver cuanto de bueno y hermoso es susceptible de encerrar el lenguaje castellano. No faltaron tampoco, además de los citados, otros celebrados varones que, escribiendo en buen castellano, mantuvieron los fueros de) buen gusto. Vióse entonces a Feijóo defender los de la general cultura; a Luzán, los de la poesía; a isla, los de la oratoria sagrada; a los Moratines, los de la dramática, y a Jovellanos, con los citados Mayans y Capmany, los dei arte del buen decir, consignados así en preceptos particulares como en el estilo de sus mismas obras. En verdad, la lengua castellana es tan rica y exuberante; rebosan todas sus partes tanta vida y expresión; brinda al pensamiento con tales giros y voces, que no es maravilla verla lucir y vestirse con las galas y adornos más preciosos aun en las épocas de decadencia o en los labios de aquéllos que no pidieron al bien dirigido estudio su mejor consejo. Muéstrasenos entonces como un campo fertilísimo que, sin la intervención de la mano del hombre, se viste, y esmalta, y engalana de lo más lucido y vistoso que tienen los jardines, donde, sin duda, habrá más orden y disposición, pero no serán sus flores más lindas, ni sus aromas más suaves, que en donde brotaron sin que mediara el artificio ni la diligencia humana.
(I) Este trabajo de Forner ha permanecido inédito hasta el año de 1871, en que fué publicado, con interesantes notas, por D. Leopoldo Augusto de Cueto, en el volumen segundo de la Colección de poetas líricos del siglo XVIII (págs. 378-425 del tomo LXIII de la Biblioteca de autores españoles de Rivadeneyra).
Así se explica también que cuando el arte la ha amparado, y ha puesto su mayor empeño en aliñarla, el pensamiento ha latido en ella con peregrina grandeza no superada por ninguno de los demás idiomas antiguos ni modernos (I).
Quede, pues, firme y asentado que jamás ha sido desconocida la dignidad de nuestra lengua. Aun en los días tristísimos de Fernando VII, en que las letras y las artes habían llegado a vergonzoso decaimiento, la Corporación que inició gloriosamente el movimiento intelectual en el pasado
siglo, oyó en su seno alzarse la voz de Musso y Valiente (2), quien, aunando su esfuerzo al de Quintana, trató del estrecho enlace que existe entre la formación, progresos y decadencia de los idiomas y los acontecimientos políticos de las naciones, recordó que nuestros anales patentizan que
la grandeza de la lengua castellana corrió parejas con el sin par poderío de la monarquía española, y proclamó las cualidades que hacen de ella una de las más preciosas entre las vivas (3).
De este concepto, tenido en todos tiempos acerca de la lengua castellana, aun en las épocas más tristes de nuestra historia y de esta conciencia de su dignidad y excelencia ha nacido el amor con que se la ha siempre cultivado, procurando mostrar lo mejor posible todas sus riquezas y perfecciones. Así se explica el número considerable de artes de gramática y de ortografía y de vocabularios que desde fines del siglo XV hasta hoy se han publicado, de los cuales, conforme a los propósitos expuestos en la advertencia precedente, damos en esta obra cantidad considerable de testimonios: así se explica también cómo los que no escribieron sobre filología se dedicaron a pulir y perfeccionar nuestra habla, publicando libros admirables que son hoy pasmo y delectación de todos cuantos adoran en la belleza literaria; así, por último, se comprenden esas explosiones de entusiasmo de que hemos procurado dar cuenta en las páginas que preceden.
(I) M. D´Alambert escribió, analizando la harmonía de las lenguas: Una lengua abundante en vocales, y sobre todo en vocales dulces como la italiana, sería la más suave de todas, pero no la más harmoniosa; porque la harmonía, para ser agradable, no debe ser suave, sino variada. Una lengua que tuviese, como la española, la feliz mezcla de vocales y consonantes dulces y sonoras, sería quizá la más harmoniosa de todas las modernas. (Vol. V de sus Mélanges sur
l´Harmonie des Langues.)
La lengua española, dice el abate Pluche, es de las lenguas vivas la más harmoniosa y la que más se parece a la rica y abundante lengua griega, así en la diversidad de sus modos y frases, como en la varia multitud de sus terminaciones, que siempre son llenas, y en el giro ajustado de sus cláusulas, siempre sonoras. (Tomo X del Espectáculo de la naturaleza, en una carta sobre la educación.)
(2) Al tomar posesión de su plaza de Académico honorario a 2 de agosto de 1827. Fué elegido a 19 de julio de este año. Pasó a plaza de número a 19 de noviembre de 1831. Falleció año de 1838.
(3) También D. Juan María Maury escribía en el Avant-Propos del tomo I de su Espagne Poétique (París, 1826), que entre las lenguas modernas la castellana debe ocupar el primer puesto; es la más apta (añadía) para expresar el pensamiento poético, y su superioridad es notoria.
Cierto es que hoy no se muestra nuestro idioma, en muchos escritores, aseado con aquella pulidez y esmero que pusieron en él los prosadores y poetas de los siglos XVI y XVII; pero no es menos cierto que hay otros que deben ser considerados como verdaderos acrecentadores de las glorias de la literatura española y en cuyos libros la lengua castellana, recordando la nativa nobleza de su madre latina, ha revestido, con el auxilio de la nueva civilización, suma dignidad y elocuencia en la declaración de las ideas, conquistando, en la expresión del pensamiento moderno, un puesto superior a aquél que el latín ocupaba en la expresión del pensamiento antiguo. En las páginas de estos escritores es en donde únicamente debe buscarse el estado de nuestro idioma. En ellos la moderna lengua española vence aun a la antigua por el calor de la expresión, por el aliento de mayor personalidad. por la precisión con que emite el pensamiento. En, estos libros se ve que bien manejada nuestra lengua, nada debe mendigar de las modernas, porque reúne las calidades de todas y ninguno de sus defectos; pues tiene la dulzura de la italiana, la flexibilidad de la francesa, la precisión de la inglesa y la gravedad de la alemana, sin ser inharmónica, ni áspera, ni afeminada. De este modo es propia y acomodada para todas las ciencias y letras; y así en la expresión del pensamiento filosófico como en la de la inspiración poética, lo mismo en las abstractas especulaciones como en los más triviales o amenos pasatiempos, se la ve lucir todo con género de perfecciones y elegancias.
Ahí están en nuestros días, para testimonio de esta verdad, eminentes filósofos, críticos, historiadores, novelistas y poetas, cuyos nombres es ocioso mencionar aquí porque están presentes, sin duda, en la memoria de todos. Pero no podemos dejar de recordar al autor de la Harmonía entre la ciencia y la fe y de la Historia de la Pasión de Jesucristo, el cual, no contento con haber hecho revivir en estos libros admirables, y en cuantos escritos ha publicado, la lengua y el estilo de nuestros clásicos, con las virtudes que la vida moderna infunde en el cuerpo de nuestro idioma, ha escrito la apología del romance castellano con tal arte y entusiasmo, que sea cualquiera la suerte que Dios tenga aparejada a esta riquísima habla, siempre se leerán con admiración las páginas que le ha consagrado este escritor esclarecido. Libre y copiosa corre la frase castellana en el discurso que D. Miguel Mir leyó ante la Real Academia Española (I), patentizando de tal manera con los preceptos y con el ejemplo lo que se proponía ensalzar y demostrar en su peroración, que bien puede afirmarse que desde que el Maestro Medina compuso su famoso discurso, ya citado, no se había escapado de pluma española nada más digno y elocuente en honra de la lengua castellana. Así, investigando el secreto de la majestad y hermosura del romance y los caminos por donde llegó al punto más alto de sus perfecciones, y tratando de descubrir el arcano en que se cifra la extremada belleza del estilo de los libros de nuestra edad de oro, D. Miguel Mir ha escrito el más digno estudio que sobre la excelencia del castellano ha nacido de las plumas modernas españolas.
Con la mención de este discurso es natural se cierre la exposición que hemos intentado hacer del camino que han seguido las ideas acerca de la dignidad. nobleza y engrandecimiento de la lengua castellana en España y aun en el extranjero. En las páginas siguientes se verán los esfuerzos hechos para dar a conocer los secretos de esta misma lengua a fin de hacerla instrumento de expresión para las concepciones miás elevadas del pensamiento humano.
(I) El día de su recepción, 9 de mayo de 1886: Madrid. Tipografía de los Huérfanos, 1886. -51 págs.; las siguientes contienen el discurso de contestación del Sr. D. Marcelino Menéndez y Pelayo.
DE LA OPINIÓN QUE TUVIERON ACERCA DE LA EXCELENCIA DE LA LENGUA CASTELLANA ALGUNOS ESCRITORES ESPAÑOLES.
El estudio de la lengua castellana y el arte de escribirla con perfección datan propiamente de aquel glorioso período de nuestra historia que solemos apellidar con el nombre de siglo de oro. Antes del reinado de los Reyes Católicos se escribió mucho en nuestra lengua. Sin remontarnos a tiempos muy antiguos, el Rey D. Alfonso el Sabio, el Infante D. Juan Manuel, los autores de las crónicas nacionales y muchos de los poetas que florecieron antes de aquella edad venturosa, dejaron en sus escritos no pocas muestras de buen lenguaje y estilo; pero en la mayor parte, si no en todos, se ve más la naturaleza que el arte, más el instinto que la reflexión, y más la ruda espontaneidad en el uso del habla dada al hombre para la declaración de sus pensamientos, que no el estudio y esmerado
cultivo de esta facultad maravillosa, don sublime de la Providencia Divina. Mas en el reinado glorioso de los Reyes Católicos resalta claro y decidido el empeño de los escritores españoles en, usar correcta y artísticamente de su hablar hermosísimo, como fruto del aprecio en que lo tenían y del deseo de hacer gallarda muestra de sus riquezas. Es notorio que el primero en promover el estudio de nuestra lengua y en abrir a los ingenios españoles la gloriosa senda que después de él habían tantos de recorrer, fué aquel ingenio insigne que en los albores del renacimiento de los estudios clásicos en España resplandeció con tan viva luz y con tan maravillosa y extraordinaria grandeza, que aun hoy, después de cuatro siglos, no se puede poner en él la vista sin una especie de asombro. El Maestro Antonio de Nebrija, como se le llamó en su tiempo y ha continuado en llamársele, fué, no sólo el más decidido promovedor de los estudios de la antigüedad clásica en España, sino el primero y más celoso cultivador que tuvo en su tiempo la lengua castellana. A él
se debe el primer arte de Gramática que se escribió de esta lengua, y a él debe ésta el afán con que fué desde entonces estudiada, como también la estima y aprecio en que en adelante la tuvieron los españoles. Así bien pudo decir aquel Maestro insigne en la dedicatoria de su Gramática: Yo
quise echar la primera piedra, e hacer en nuestra lengua lo que Zenodoto en la griega e Crates en la latina, los cuales, aunque fueron vencidos de los que después dellos escribieron, a lo menos fué aquélla su gloria, e será nuestra que fuimos los primeros inventores de obra tan necesaria.
Con estas palabras, no menos arrogantes que aquellas otras que dirigió a D. Juan de Stúñiga en el principio de su Diccionario (I), abría Nebrija anchos horizontes a los profesores españoles para que, siguiendo los derroteros que se iban a la sazón marcando en la cultura europea, aplicaran a la enseñanza de las lenguas clásicas procedimientos más sencillos y racionales, y dedicaran especial esmero al estudio del patrio idioma. Y tal hubo de acontecer, en efecto, ya que, a ejemplo de lo que sucedía en Francia y en Italia, muchos de nuestros humanistas estudiaron con empeño la lengua castellana, y escribieron libros para su enseñanza, y proclamaron sus grandezas y excelencias. Así vemos antes de mediar el siglo XVI, a Juan de Valdés escribir su Diálogo de la lengua, a fin de con-tribuir con él al mayor lustre y perfección del castellano, que es lengua (según él mismo dice) tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante, que dejarla perder por negligencia debería avergonzar a los que con tan inmerecido desdén la tratan. Y de aquí es también que no se limita Valdés en su citado preciosísimo libro a consignar preceptos gramaticales lexicográficos ni a amontonar noticias históricas, sino que, inflamado su pecho por la dignidad y gentileza del romance, sube su elegancia al punto mismo en que halla la lengua toscana, ya cultivada por Pedro Bembo y su escuela ilustre de humanistas, y que había sido ya enaltecida en las doradas plumas de Bocaccio y de Petrarca. Y pues en éstos muéstrase la pureza y propiedad de su lengua por haberla estudiado y escrito con cuidado, fía nuestro escritor insigne en que la castellana se verá excedida en alabanza a las demás lenguas vivas el día en que se llegue a tratarla con miramiento, arrancándola de las manos que pueden deslustrarla con el uso de corrompidas palabras y de giros vulgares o empleándola para vestir vilísimas materias. Amante de su propio idioma, no menos que conocedor de todas sus bellezas, entonces descubiertas a muy pocos, afirma Valdés que todos los hombres somos obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en los pechos de nuestras madres, y dando ejemplo de su consejo do quiera que se ofrece ocasión en su Diálogo, lo esmalta de expresiones felices, donde asi se ensalzan las propiedades intrínsecas del castellano y sus ventajas para decir altos conceptos, como se pide o anhela que la cuiden y se esmeren todos en escribir bien en ella, ya que todo el mundo ansiaba hablar castellano y teníase a gala y honor el ejercitarlo.
(I) Véase el núm. 721 de esta Biblioteca.
Siguió a Valdés, pasados muy pocos años, Ambrosio de Morales, que en el prólogo a las obras de su tío el Maestro Hernán Pérez de Oliva, intitulado Discurso sobre la lengua castellana, expuso las conveniencias del hablar con propiedad y elegancia, y de estimar y ennoblecer la lengua nativa escribiendo las cosas excelentes que con peregrina alteza puedan en ella declararse (t). Duélese de que siendo esta lengua en abundancia, propiedad. variedad y lindeza igual a las primeras, la olviden y tengan en poco los más obligados a honrarla y enriquecerla; defiéndela de la postración a que quieren condenarla los que nada hallan digno del entendimiento, si está declarado en romance; ensalza el primor de que puede verse revestida con la ayuda del arte, y advierte, por último, que
las cualidades y dignidad propias de la lengua se verán tanto más levantadas cuanto más se atienda a escoger los vocablos, a apropiarlos y repartirlos, a mezclarlos suavemente y con diversidad. de lo cual, dice Morales, provendrá toda la composición extremada, natural, llena, copiosa, bien dispuesta y situada.
(I) Discurso sobre la lengua castellana, por Ambrosio de Morales. Se publicó por primera
vez en el libro intitulado: Obras que Francisco Ceruantes de Salazar ha hecho, glosado, y
traduzido... En Alcalá de Henares, en casa de Juan de Brocar, año de 1546. 4.°, 230
hojas, letra gótica.
Entre los preliminares léese uno intitulado: Ambrosio de Morales, sobrino del Maestro
Oliva, al lector, que lleva por cabeza de página este letrero: Ambrosio de Morales, Discurso sobre la lengua castellana.
Lo imprimió su autor por segunda vez en las Obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva, natural de Cordoua... con otras cosas que van añadidas... Cordoua. Gabriel Ramos Bejarano, 1556.
En una advertencia al lector, dice Morales que en esta segunda impresión de su Discurso
había mudado y añadido muchas cosas que le parecieron necesarias.
El benemérito D. Francisco Cerda y Rico hizo tercera
impresión de este Discurso al publicar las Obras de Francisco
Cervantes de Salazar... En Madrid por D. Antonio de Sancha,
MDCCLXXII. Lo reprodujo según el primer texto publicado en la
edición antigua de las obras de Cervantes de Salazar, pero
intercalando, entre comillas, los párrafos que añadió el autor a
su Discurso al publicarlo segunda vez con las obras de Oliva, En
cuanto a las variantes, fueron consignadas al pie de página por el
Sr. Cerda, el cual puso también muchas eruditas notas de su propia
cuenta.
Las palabras del famoso cronista en el principio de
su escrito, tal vez pecan de exageradas, supuesto que ya se habían
publicado las obras de Boscán y Garcilaso; Hernando del Pulgar había
escrito donairosas epístolas; Pedro Mejía y Florián de Ocampo
habían compuesto sus libros sobre historia y antigüedades en limpio
y ataviado lenguaje, y Fr. Luis de Granada había hablado de las
cosas celestiales con tanta lindeza, gravedad y fuerza en el decir
que parece no quedó nada en esto para
mayor acertamiento; y por esto quizá reconoció más adelante que la lengua castellana comenzaba a levantarse y a lucir todas sus bellezas en las plumas de esos escritores. Pero lo más estimable del discurso de Morales es, sin duda, su empeño en destruir la preocupación de muchos de nuestros humanistas en creer que todo lo que era elocuencia y estudio y cuidado de bien decir, había de ser para la lengua latina o griega, sin que tuviera que ver con la nuestra, donde era superfino todo su esmero, toda su doctrina y trabajo. Alzando pendón en pro de los fueros de nuestro idioma, pudo envanecerse este ingenio de haber franqueado el camino que conduce a la verdadera elocuencia, estudiando y empleando bien los tesoros de nuestra lengua, sin desdeñar por esto las clásicas de la antigüedad, antes aprendiéndolas, para con ellas tener las llaves con que poder abrir sus tesoros y enriquecer la vulgar de Castilla con sus despojos admirables.
La queja de Morales, expresada con tanta elocuencia, contribuyó sin duda a fomentar en nuestros ingenios el cultivo simultáneo de las clásicas y de la patria lengua, según que lo justifica el gran número de varones ilustres que formulaban los preceptos del latín o del griego al par que los del castellano, que declaraban en este idioma los conceptos más altos de la ciencia de Dios y de la filosofía, hasta entonces no proclamados más que en la lengua de Marco Talio y Quintiliano, y que celosos de enriquecer a nuestra patria con los tesoros del saber antiguo derramaban en la propia lengua cuantas riquezas de pensamiento hallaban en la griega y latina, infundiendo de este modo vida generosa al castellano y poniendo de relieve toda su magnificencia y esplendor. En virtud del entusiasmo que despertaba el amor a la lengua castellana veíanse aparecer en España para enriquecimiento de su lengua las obras de Aristóteles y de Cicerón, de Tito Livio, de Planto y de Terencio, de Luciano Samosateno, de Plutarco y de Jenofonte, de César y Salustio, de Horacio y de
Ovidio, de Lucano y de Virgilio, vertidas a nuestro idioma con tanta excelencia algunas de ellas, que no faltaron críticos que afirmaran que se hablaba mejor en castellano que en latín. Así también el Marqués de Villena, Nebrija, Simón Abril y otros, al par que popularizaban el cultivo de las humanidades y publicaban el código de sus preceptos, hacían alarde de solicitud con su propia lengua, estudiando su contextura gramatical y sus palabras, escribiendo las reglas de su enseñanza y ensalzando sus admirables perfecciones. Así, en fin, varones sapientísimos como el Maestro Ávila, y todos nuestros místicos, y principalmente aquel Fr. Luis de Granada con razón tenido, al decir de Garcés (I), por juez supremo de la lengua castellana, daban a entender que era tan grande el amor que sentían por el romance, que pudiendo haber escrito aventajadamente en latín, cuyos secretos de dicción conocían a maravilla, prefirieron hacerlo en castellano, empleándolo, como dice Morales, en cosas muy graves con propósito de enriquecerlo con lo más excelente que en todo género de doctrina se halla. ¡Tan alta era la idea que tenían de la excelencia de nuestro idioma y de su abundancia incomparable!
Lo dicho por Morales estaba latente en el cerebro de los varones doctos que, en la patria del Brocense y de Vives, personificaban la tendencia del Renacimiento, sin sensualidades ni exclusivismos, antes con espíritu de tolerancia y de harmonía que vino a redundar en beneficio de
nuestra nativa lengua, cuyas innumerables bellezas, acrecentadas con las que Cicerón y Demóstenes le rindieron, fueron más tarde abundantemente aplicadas a todo género de asuntos científicos, literarios y poéticos. Por esto, el cronista D. Tomás Tamayo de Vargas, en el prólogo de la carta que dirigió a los aficionados de la lengua española al principio del tomo segundo de la Historia natural de Cayo Plínio Segundo, traducida por el Licenciado Jerónimo de Huerta, médico de S. M, el
Rey D. Felipe II (Madrid. 1629), aunque yerra grandemente al tratar de la antigüedad de la lengua castellana, justifica con verdad y elocuencia los encarecimientos que hace de ella, al citar copia abundantísima de traductores que supieron trasladar y ennoblecer en el patrio idioma los libros de los poetas, filósofos, oradores e historiadores de la antigüedad y de las Sagradas Escrituras y Santos Padres.
mayor acertamiento; y por esto quizá reconoció más adelante que la lengua castellana comenzaba a levantarse y a lucir todas sus bellezas en las plumas de esos escritores. Pero lo más estimable del discurso de Morales es, sin duda, su empeño en destruir la preocupación de muchos de nuestros humanistas en creer que todo lo que era elocuencia y estudio y cuidado de bien decir, había de ser para la lengua latina o griega, sin que tuviera que ver con la nuestra, donde era superfino todo su esmero, toda su doctrina y trabajo. Alzando pendón en pro de los fueros de nuestro idioma, pudo envanecerse este ingenio de haber franqueado el camino que conduce a la verdadera elocuencia, estudiando y empleando bien los tesoros de nuestra lengua, sin desdeñar por esto las clásicas de la antigüedad, antes aprendiéndolas, para con ellas tener las llaves con que poder abrir sus tesoros y enriquecer la vulgar de Castilla con sus despojos admirables.
La queja de Morales, expresada con tanta elocuencia, contribuyó sin duda a fomentar en nuestros ingenios el cultivo simultáneo de las clásicas y de la patria lengua, según que lo justifica el gran número de varones ilustres que formulaban los preceptos del latín o del griego al par que los del castellano, que declaraban en este idioma los conceptos más altos de la ciencia de Dios y de la filosofía, hasta entonces no proclamados más que en la lengua de Marco Talio y Quintiliano, y que celosos de enriquecer a nuestra patria con los tesoros del saber antiguo derramaban en la propia lengua cuantas riquezas de pensamiento hallaban en la griega y latina, infundiendo de este modo vida generosa al castellano y poniendo de relieve toda su magnificencia y esplendor. En virtud del entusiasmo que despertaba el amor a la lengua castellana veíanse aparecer en España para enriquecimiento de su lengua las obras de Aristóteles y de Cicerón, de Tito Livio, de Planto y de Terencio, de Luciano Samosateno, de Plutarco y de Jenofonte, de César y Salustio, de Horacio y de
Ovidio, de Lucano y de Virgilio, vertidas a nuestro idioma con tanta excelencia algunas de ellas, que no faltaron críticos que afirmaran que se hablaba mejor en castellano que en latín. Así también el Marqués de Villena, Nebrija, Simón Abril y otros, al par que popularizaban el cultivo de las humanidades y publicaban el código de sus preceptos, hacían alarde de solicitud con su propia lengua, estudiando su contextura gramatical y sus palabras, escribiendo las reglas de su enseñanza y ensalzando sus admirables perfecciones. Así, en fin, varones sapientísimos como el Maestro Ávila, y todos nuestros místicos, y principalmente aquel Fr. Luis de Granada con razón tenido, al decir de Garcés (I), por juez supremo de la lengua castellana, daban a entender que era tan grande el amor que sentían por el romance, que pudiendo haber escrito aventajadamente en latín, cuyos secretos de dicción conocían a maravilla, prefirieron hacerlo en castellano, empleándolo, como dice Morales, en cosas muy graves con propósito de enriquecerlo con lo más excelente que en todo género de doctrina se halla. ¡Tan alta era la idea que tenían de la excelencia de nuestro idioma y de su abundancia incomparable!
Lo dicho por Morales estaba latente en el cerebro de los varones doctos que, en la patria del Brocense y de Vives, personificaban la tendencia del Renacimiento, sin sensualidades ni exclusivismos, antes con espíritu de tolerancia y de harmonía que vino a redundar en beneficio de
nuestra nativa lengua, cuyas innumerables bellezas, acrecentadas con las que Cicerón y Demóstenes le rindieron, fueron más tarde abundantemente aplicadas a todo género de asuntos científicos, literarios y poéticos. Por esto, el cronista D. Tomás Tamayo de Vargas, en el prólogo de la carta que dirigió a los aficionados de la lengua española al principio del tomo segundo de la Historia natural de Cayo Plínio Segundo, traducida por el Licenciado Jerónimo de Huerta, médico de S. M, el
Rey D. Felipe II (Madrid. 1629), aunque yerra grandemente al tratar de la antigüedad de la lengua castellana, justifica con verdad y elocuencia los encarecimientos que hace de ella, al citar copia abundantísima de traductores que supieron trasladar y ennoblecer en el patrio idioma los libros de los poetas, filósofos, oradores e historiadores de la antigüedad y de las Sagradas Escrituras y Santos Padres.
Así, a pesar del tenaz empeño con que sostuvieron
algunos doctos varones el ya citado principio de que sólo en latín
podrían escribirse las cosas importantes, los primeros ingenios
españoles siguieron empedernidos adoradores de la belleza de nuestra
lengua. Defendió su uso y excelencias, mejor que otro alguno, el
preclarísimo Fray Luis de León, a quien persiguió la envidia para
descubrirle sus quilates y hacerle salir con el mayor triunfo y honra
que jamás se ha visto en la revuelta confusión de las pasiones
humanas (2), no sirviendo la censura que sus émulos pusieron a los
dos primeros libros de los Nombres de Cristo, por haber sido escritos
en romance, sino para que en la cabeza del tercero de dichos libros
escribiese Fr. Luis de León la más bella apología de nuestra
lengua y del cuidado y artificio con que es fuerza se aprovechen sus
excelencias para declarar nuestros pensamientos.
(1) Pág. XVI del tomo 11 del Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana.
(2) Libro de descripción de verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables varones,
Allí dejó escrito el famoso agustiniano su pensamiento acerca del arte literario, juntamente con la
defensa y alabanza que hizo del romance; allí contestó a los que le achacaron a defecto el haber escrito de materia teológica en el habla vulgar, diciéndoles que no pensasen, porque veían romance, que era de poca estima lo que se decía; mas al revés, viendo lo que se decía, juzgasen que podía ser de mucha estima lo que se escribía en romance y no despreciasen por la lengua las cosas, sino por ellas estimasen la lengua; que una cosa era la forma del decir, y otra la lengua en que lo que se escribía se decía; que las palabras no eran graves por ser latinas, sino por ser dichas como a la gravedad le convenía, o sean españolas o sean francesas; que si porque a nuestra lengua la llamamos vulgar se imaginaban que no podíamos escribir en ella, sino vulgar y bajamente era
grandísimo error. Allí advirtió que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice, como en la manera como se dice, y negocio que de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido dellas y aun cuenta a veces las letras y
las pesa y las mide y las compone, para que no solamente elijan con claridad lo que se pretende decir, sino también con harmonía y dulzura.
Allí, finalmente, dijo el autor: Yo confieso que es nuevo y camino no usado por los que escriben en esta lengua, poner en ella número, levantándola del decaimiento ordinario; el cual camino quise yo abrir, no por la presunción que tengo de mí, que sé bien la pequeñez de mis fuerzas, sino para que los que las tienen se animen a tratar de aquí en adelante su lengua, como los sabios y elocuentes pasados, cuyas obras por tantos siglos viven, trataron las suyas, y para que la igualen en la parte
que le falta con las lenguas mejores, a las cuales, según mi juicio, vence ella en otras muchas virtudes.
De este modo entendía el divino León que debíamos de amar la lengua castellana y el respeto que habíamos de rendirla; así juzgaba que habían de realizarse las naturales disposiciones de nuestro lenguaje; de tal manera concebía las excelencias del idioma de Castilla y del arte literario en que aquél servía de vestidura a los conceptos del ingenio.
por Francisco Pacheco. En Sevilla, 1599. -Reproducción del original que posee D. José
María Asensio, ilustre erudito de Sevilla, publicada e ilustrada en un tomo adjunto por
este mismo señor, año de 1886.
(1) Pág. XVI del tomo 11 del Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana.
(2) Libro de descripción de verdaderos Retratos de Ilustres y Memorables varones,
Allí dejó escrito el famoso agustiniano su pensamiento acerca del arte literario, juntamente con la
defensa y alabanza que hizo del romance; allí contestó a los que le achacaron a defecto el haber escrito de materia teológica en el habla vulgar, diciéndoles que no pensasen, porque veían romance, que era de poca estima lo que se decía; mas al revés, viendo lo que se decía, juzgasen que podía ser de mucha estima lo que se escribía en romance y no despreciasen por la lengua las cosas, sino por ellas estimasen la lengua; que una cosa era la forma del decir, y otra la lengua en que lo que se escribía se decía; que las palabras no eran graves por ser latinas, sino por ser dichas como a la gravedad le convenía, o sean españolas o sean francesas; que si porque a nuestra lengua la llamamos vulgar se imaginaban que no podíamos escribir en ella, sino vulgar y bajamente era
grandísimo error. Allí advirtió que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice, como en la manera como se dice, y negocio que de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido dellas y aun cuenta a veces las letras y
las pesa y las mide y las compone, para que no solamente elijan con claridad lo que se pretende decir, sino también con harmonía y dulzura.
Allí, finalmente, dijo el autor: Yo confieso que es nuevo y camino no usado por los que escriben en esta lengua, poner en ella número, levantándola del decaimiento ordinario; el cual camino quise yo abrir, no por la presunción que tengo de mí, que sé bien la pequeñez de mis fuerzas, sino para que los que las tienen se animen a tratar de aquí en adelante su lengua, como los sabios y elocuentes pasados, cuyas obras por tantos siglos viven, trataron las suyas, y para que la igualen en la parte
que le falta con las lenguas mejores, a las cuales, según mi juicio, vence ella en otras muchas virtudes.
De este modo entendía el divino León que debíamos de amar la lengua castellana y el respeto que habíamos de rendirla; así juzgaba que habían de realizarse las naturales disposiciones de nuestro lenguaje; de tal manera concebía las excelencias del idioma de Castilla y del arte literario en que aquél servía de vestidura a los conceptos del ingenio.
por Francisco Pacheco. En Sevilla, 1599. -Reproducción del original que posee D. José
María Asensio, ilustre erudito de Sevilla, publicada e ilustrada en un tomo adjunto por
este mismo señor, año de 1886.
Admirablemente secundaron a Fr. Luis otros varones
insignes, y más especialmente algunos pertenecientes al agustiniano
instituto del cual era gloria el Maestro León.
Entre ellos merece citarse el P. Fr. Malon de Chaide, quien respondía a los que le censuraban por escribir en lenguaje vulgar y en estilo llano y sencillo, de esta manera: Habiendo yo comenzado esta niñería (refiérese a la Conversión de la Magdalena: Alcalá, 1596) en nuestro lenguaje
vulgar, he tenido tanta contradicción y resistencia para que no pasase adelante, como si el hacerlo fuera sacrilegio o por ello se destruyeran todas las buenas letras, y de ahí resultara algún grave daño y perdición de la república de España: unos me dicen que es bajeza escribir en nuestra lengua cosas graves; otros, que es leyenda para hilanderuelas y mujercitas; otros, que las doctrinas graves y de importancia no han de andar en manos del vulgo liviano, despreciador de los misterios sagrados... No se puede sufrir que digan (continúa) que en nuestro castellano no se deben escribir cosas graves. Pues cómo (exclama), ¿tan vil y grosera es nuestra habla que no puede servir sino de materia de burla? Este agravio es de toda la nación y gente de España, pues no hay lenguaje ni le ha habido que al nuestro haya hecho ventaja en abundancia de términos, en dulzura de estilo y en ser blando, suave, regalado y tierno, y muy acomodado para decir lo que queremos, ni en frases ni rodeos galanos, ni que esté más sembrado de luces y ornatos floridos y colores retóricos, si los que le tratan quieren mostrar un poco de curiosidad en ello. Esta no puede alcanzarse si todos la dejamos caer por nuestra parte, entregándola al vulgo grosero y poco curioso. Y por salirme yo de esto, digo que espero en la diligencia y buen cuidado de los celosos de la honra de España y en su buena industria, que con el favor de Dios habemos de ver muy presto todas las obras curiosas y graves escritas en nuestro vulgar, y la lengua española subida en su perfección, sin que tenga envidia a alguna de las del mundo y tan extendida cuanto lo están las banderas de España que llegan del uno al otro polo; de donde se seguirá que la gloria que nos han ganado las otras naciones en esto, se la quitemos como lo habemos hecho en lo de las armas. Y hasta que llegue ese venturoso tiempo, que ya
se va acercando, habremos de tener paciencia con los murmuradores, los que somos de los primeros en el dar la mano a nuestro lenguaje postrado.
De igual manera razonaba el elocuente Fr. Pedro de la Vega, en el prólogo a su Declaración de los siete Psalmos penitenciales (I): Bien me imagino yo (decía) que no faltarán algunos que nos acusen el escribirse este libro en romance, pareciéndoles que en latín granjeara más autoridad a su autor, y las cosas que trata no se hicieran comunes a todos, sino solamente a gente de letras y predicadores. Esta queja puede tener color en la boca solamente de aquéllos que encontraran en este libro estudios y cosas suyas, y de los tales yo soy contento de ser reprehendido; porque en alguna manera recibirán agravio, haciéndose común y vulgar lo que ellos tienen por fruto particular de sus trabajos, y firmándose otro por dueño del tesoro que ellos carecen. Pero los demás acuérdense que antemano en su Evangelio el Padre de familias soberano condenó por injusta la murmuración de los que se quejan porque se da a otros lo que a ellos no se debe; luego los que no hallaren hacienda suya en mis manos, no deben querer atármelas para que yo no pueda comunicar a todos lo que no quito de su casa. A nadie obligó jamás ninguna república que de sus bienes gananciales fundase mayorazgo o hiciese vínculo que usar en unos y no otros. Y cuanto a lo que toca a mi crédito, bien se sabe que sin agravio de nadie puede cada uno renunciar a su derecho...
(I) Edición de Zaragoza, por Carlos Lavayén, año 1606.
Con no menor brío y elocuencia salía por los fueros de nuestra lengua el Maestro Cristóbal de Fonseca, gloria también del orden agustiniano.
Últimamente (decía en el prólogo de la Vida de Cristo), quiero responder a los que murmuran de la elegancia y del arte del bien decir; no porque yo me escriba en la matrícula de los que alcanzaron eso, que antes, huyendo la hinchazón y soberbia en las palabras, he procurado seguir una llaneza no bárbara, sino porque hay hombres que con un celo aparente, aunque no santo, como el que quiere cazar fieras se viste de sus pellejos, asi el que quiere cazar necios groseros se viste de su grosería y necedad y condena la elegancia. Pero yerra, porque los santos, que son los espejos en que nos hemos de mirar y las reglas con que hemos de nivelar nuestras acciones, escribieron con tanta gala, que los Tulios y los Demóstenes no les hicieron ventaja; y en San Cipriano y en San Jerónimo
y en otros santos se hallarán cláusulas que, juzgadas por las leyes de la Retórica, por la demasía de la elocuencia, casi parecen viciosas. Y yendo directamente a la raíz del error que quiere combatir, concluye con gracia y donaire: Pinta un mal pintor un caballo, y como no lo parece, pone un rétulo que dice caballo; pinta una columna y como parece leño, pone columna. Este no pinta para los avisados, sino para los necios. Mas un famoso pintor pinta una yegua que hace relinchar al caballo natural cuando la mira; pinta unas uvas que se abaten los pájaros a picarlas: ¿a cuál de los dos daréis el voto? A la fe, lo que importa es pintar bien: que tema el cordero del león pintado de nuestra mano y que huya la liebre del galgo como si estuviera vivo, que si está mal pintado yo os aseguro
que no huya por más rétulos que tenga (I).
A tan elocuentes y patrióticas palabras deben unirse las que puso en el prólogo de sus Evangelios de Cuaresma el Maestro Fr. Hernando de Santiago, honra de la elocuencia española en el siglo XVI, cuyos discursos, al decir de sus contemporáneos, deleitaban, movían y enseñaban con arte concedido a muy pocos por la Divina Providencia. El cual Maestro no tanto escribió el castellano (según él mismo manifiesta) por el imperio de que gozaba entonces en el mundo, no habiendo en él quien no lo entendiese, cuanto porque halló que nuestro idioma era particularmente apto para manifest¿ir con lisura, facilidad. propiedad y elegancia la tuerza secreta que late en las Sagradas Escrituras, cuyas sentencias aparecen en la lengua de la Iglesia ininteligibles y destrabadas a la
mayor parte de sus indoctos lectores. No podía, ciertamente, el Maestro Santiago hacer mayor alabanza del castellano, al consignar estos principios, los cuales coronó con las palabras de un antiguo: hase de vivir con las costumbres pasadas y hablar con las palabras presentes.
Pero más que nadie realzó la gloria de la lengua española aquel ornamento insigne de la escuela sevillana, el Maestro Francisco de Medina, de cuyos labios brotaban las palabras elocuentes con igual abundancia, belleza y lozanía que en el almendro las flores de primavera. Igualó a los príncipes de la elocuencia Cicerón y Demóstenes, dice uno de sus contemporáneos, no sólo en la pureza y propiedad de la lengua y espíritu y fuerza oratoria, sino en la grandeza de su ingenio y en su erudición y doctrina; tuvo destreza admirable en razonar y explicarse, usando de las mejores y más propias voces que conoció nuestra lengua, aventajándose a los más cultos de su tiempo, así cuando hablaba de pensado, como en lo que la ocasión ofrecía, dando siempre en lo mejor con términos tan del arte que trataba, que parece precedía a cada palabra meditación atenta; y poniendo al servicio de su propia lengua sus insignes facultades, supo, por modo peregrino, tratar del idioma castellano y pregonar en arrogantes cláusulas las grandezas que le estaban reservadas en las plumas valentísimas de nuestros clásicos.
Entre ellos merece citarse el P. Fr. Malon de Chaide, quien respondía a los que le censuraban por escribir en lenguaje vulgar y en estilo llano y sencillo, de esta manera: Habiendo yo comenzado esta niñería (refiérese a la Conversión de la Magdalena: Alcalá, 1596) en nuestro lenguaje
vulgar, he tenido tanta contradicción y resistencia para que no pasase adelante, como si el hacerlo fuera sacrilegio o por ello se destruyeran todas las buenas letras, y de ahí resultara algún grave daño y perdición de la república de España: unos me dicen que es bajeza escribir en nuestra lengua cosas graves; otros, que es leyenda para hilanderuelas y mujercitas; otros, que las doctrinas graves y de importancia no han de andar en manos del vulgo liviano, despreciador de los misterios sagrados... No se puede sufrir que digan (continúa) que en nuestro castellano no se deben escribir cosas graves. Pues cómo (exclama), ¿tan vil y grosera es nuestra habla que no puede servir sino de materia de burla? Este agravio es de toda la nación y gente de España, pues no hay lenguaje ni le ha habido que al nuestro haya hecho ventaja en abundancia de términos, en dulzura de estilo y en ser blando, suave, regalado y tierno, y muy acomodado para decir lo que queremos, ni en frases ni rodeos galanos, ni que esté más sembrado de luces y ornatos floridos y colores retóricos, si los que le tratan quieren mostrar un poco de curiosidad en ello. Esta no puede alcanzarse si todos la dejamos caer por nuestra parte, entregándola al vulgo grosero y poco curioso. Y por salirme yo de esto, digo que espero en la diligencia y buen cuidado de los celosos de la honra de España y en su buena industria, que con el favor de Dios habemos de ver muy presto todas las obras curiosas y graves escritas en nuestro vulgar, y la lengua española subida en su perfección, sin que tenga envidia a alguna de las del mundo y tan extendida cuanto lo están las banderas de España que llegan del uno al otro polo; de donde se seguirá que la gloria que nos han ganado las otras naciones en esto, se la quitemos como lo habemos hecho en lo de las armas. Y hasta que llegue ese venturoso tiempo, que ya
se va acercando, habremos de tener paciencia con los murmuradores, los que somos de los primeros en el dar la mano a nuestro lenguaje postrado.
De igual manera razonaba el elocuente Fr. Pedro de la Vega, en el prólogo a su Declaración de los siete Psalmos penitenciales (I): Bien me imagino yo (decía) que no faltarán algunos que nos acusen el escribirse este libro en romance, pareciéndoles que en latín granjeara más autoridad a su autor, y las cosas que trata no se hicieran comunes a todos, sino solamente a gente de letras y predicadores. Esta queja puede tener color en la boca solamente de aquéllos que encontraran en este libro estudios y cosas suyas, y de los tales yo soy contento de ser reprehendido; porque en alguna manera recibirán agravio, haciéndose común y vulgar lo que ellos tienen por fruto particular de sus trabajos, y firmándose otro por dueño del tesoro que ellos carecen. Pero los demás acuérdense que antemano en su Evangelio el Padre de familias soberano condenó por injusta la murmuración de los que se quejan porque se da a otros lo que a ellos no se debe; luego los que no hallaren hacienda suya en mis manos, no deben querer atármelas para que yo no pueda comunicar a todos lo que no quito de su casa. A nadie obligó jamás ninguna república que de sus bienes gananciales fundase mayorazgo o hiciese vínculo que usar en unos y no otros. Y cuanto a lo que toca a mi crédito, bien se sabe que sin agravio de nadie puede cada uno renunciar a su derecho...
(I) Edición de Zaragoza, por Carlos Lavayén, año 1606.
Con no menor brío y elocuencia salía por los fueros de nuestra lengua el Maestro Cristóbal de Fonseca, gloria también del orden agustiniano.
Últimamente (decía en el prólogo de la Vida de Cristo), quiero responder a los que murmuran de la elegancia y del arte del bien decir; no porque yo me escriba en la matrícula de los que alcanzaron eso, que antes, huyendo la hinchazón y soberbia en las palabras, he procurado seguir una llaneza no bárbara, sino porque hay hombres que con un celo aparente, aunque no santo, como el que quiere cazar fieras se viste de sus pellejos, asi el que quiere cazar necios groseros se viste de su grosería y necedad y condena la elegancia. Pero yerra, porque los santos, que son los espejos en que nos hemos de mirar y las reglas con que hemos de nivelar nuestras acciones, escribieron con tanta gala, que los Tulios y los Demóstenes no les hicieron ventaja; y en San Cipriano y en San Jerónimo
y en otros santos se hallarán cláusulas que, juzgadas por las leyes de la Retórica, por la demasía de la elocuencia, casi parecen viciosas. Y yendo directamente a la raíz del error que quiere combatir, concluye con gracia y donaire: Pinta un mal pintor un caballo, y como no lo parece, pone un rétulo que dice caballo; pinta una columna y como parece leño, pone columna. Este no pinta para los avisados, sino para los necios. Mas un famoso pintor pinta una yegua que hace relinchar al caballo natural cuando la mira; pinta unas uvas que se abaten los pájaros a picarlas: ¿a cuál de los dos daréis el voto? A la fe, lo que importa es pintar bien: que tema el cordero del león pintado de nuestra mano y que huya la liebre del galgo como si estuviera vivo, que si está mal pintado yo os aseguro
que no huya por más rétulos que tenga (I).
A tan elocuentes y patrióticas palabras deben unirse las que puso en el prólogo de sus Evangelios de Cuaresma el Maestro Fr. Hernando de Santiago, honra de la elocuencia española en el siglo XVI, cuyos discursos, al decir de sus contemporáneos, deleitaban, movían y enseñaban con arte concedido a muy pocos por la Divina Providencia. El cual Maestro no tanto escribió el castellano (según él mismo manifiesta) por el imperio de que gozaba entonces en el mundo, no habiendo en él quien no lo entendiese, cuanto porque halló que nuestro idioma era particularmente apto para manifest¿ir con lisura, facilidad. propiedad y elegancia la tuerza secreta que late en las Sagradas Escrituras, cuyas sentencias aparecen en la lengua de la Iglesia ininteligibles y destrabadas a la
mayor parte de sus indoctos lectores. No podía, ciertamente, el Maestro Santiago hacer mayor alabanza del castellano, al consignar estos principios, los cuales coronó con las palabras de un antiguo: hase de vivir con las costumbres pasadas y hablar con las palabras presentes.
Pero más que nadie realzó la gloria de la lengua española aquel ornamento insigne de la escuela sevillana, el Maestro Francisco de Medina, de cuyos labios brotaban las palabras elocuentes con igual abundancia, belleza y lozanía que en el almendro las flores de primavera. Igualó a los príncipes de la elocuencia Cicerón y Demóstenes, dice uno de sus contemporáneos, no sólo en la pureza y propiedad de la lengua y espíritu y fuerza oratoria, sino en la grandeza de su ingenio y en su erudición y doctrina; tuvo destreza admirable en razonar y explicarse, usando de las mejores y más propias voces que conoció nuestra lengua, aventajándose a los más cultos de su tiempo, así cuando hablaba de pensado, como en lo que la ocasión ofrecía, dando siempre en lo mejor con términos tan del arte que trataba, que parece precedía a cada palabra meditación atenta; y poniendo al servicio de su propia lengua sus insignes facultades, supo, por modo peregrino, tratar del idioma castellano y pregonar en arrogantes cláusulas las grandezas que le estaban reservadas en las plumas valentísimas de nuestros clásicos.
(I) El P. M, Fr.
Cristóbal de Fonseca, en el prólogo a la Vida de Christo Nuestro
Señor: Madrid. 1605.
(2) Prólogo a los lectores (págs. 1-12), escrito por el Maestro Medina, a las obras de Garcilaso de la Vega, anotadas por Fernando de Herrera. Véase el núm. 411 de esta Biblioteca.
El Discurso sobre la lengua castellana que sirve de prólogo a las poesías de Garcilaso, comentadas por Herrera (2), por lo generoso de las ideas y la pompa y harmonía de la dicción, es, a no dudarlo, el trabajo crítico más bello y de importancia más transcendental que se escribió en España en su tiempo, y cuya elocuencia es tan eficaz, que su lectura deja en nuestros ánimos admiración y deseo insaciable de entregarnos nuevamente a la contemplación de aquel conjunto de generosas ideas, escogidas y juntadas con acendrado amor por la lengua patria y declaradas en cláusulas inimitables.
Tal vez el Maestro Medina, deslumbrado por el fuego de su entusiasmo, concede a muy pocos escritos españoles la honra de la perfecta elocuencia; considera con exageración el estado de abatimiento en que supone a nuestra lengua, y, al recordar ciertas glorias de la literatura castellana, supone sin razón que son muchos los descuidos y vicios que deslustran la propiedad y gran abundancia que los hacen merecedores de aplauso. Pero nada son estas sombras al lado de la luz vivísima que destella la dignidad de aquellas ideas, dirigidas a la defensa y alabanza del idioma castellano. El cual espera el Maestro sevillano que se ensalzará y acendrará con la lumbre del arte, que es guía más cierto que la naturaleza; esto es, mediante el estudio de la lengua en la gramática y en el vocabulario, en el de la pronunciación y en el de las letras con que las voces se figuran. De la ignorancia de estas disciplinas (dice) nacieron tantos vicios así en lo uno como en lo otro; y se han endurecido tanto con los años, que apenas se pueden arrancar del uso, y si alguno lo intenta es aborrecido y vituperado como hombre arrogante, que dexando el camino real que hallaron nuestros pasados, sigue nuevas sendas llenas de aspereza y peligros, como si la conformidad de la muchedumbre guiada por su antojo, sin ley ni razón, deviese ser regla inviolable de nuestros consejos.
No menos que a esta causa atribuye Medina a la preferencia dada a la lengua latina sobre la común, por suponer los autores que sus escritos perdían estimación en allanarse a la inteligencia del pueblo, la falta de ilustración en que se tenía el habla castellana. Pero, con todo, su pluma no se entrega a las tristezas del pesimismo. El recuerdo de Garcilaso de la Vega, de Hernando de Herrera y de los libros de los más loados escritores, levanta su espíritu de tal manera, que rendido el insigne Maestro a la beldad del habla castellana, espera que llegará día en que se comenzará a descubrir más clara su gran belleza y esplendor, y todos encendidos en sus amores (dice) la sacaremos del poder de los bárbaros; encogeráse (prosigue) de hoy más la arrogancia y presunción de los vulgares que, engañados con falsa persuasión de su aviso, osaban recuestar atrevidamente esta matrona honestísima; incitaránse luego los buenos ingenios a esta competencia de gloria, y veremos extendida la majestad del lenguaje español, adornada de nueva y admirable pompa, hasta las provincias donde victoriosamente penetraron las banderas de nuestro ejército.
Rara vez ha habido escritor que igualara la elocuencia de estos períodos admirables, este entusiasmo por la grandeza del idioma castellano.
En el mismo año y en el mismo libro en que aparecía el gallardísimo discurso de Medina, otro esclarecido sevillano, gloria y honra la más alta de la escuela poética hispalense, pindárico por su fuerza e inspiración, bíblico por su majestad y arrogancia, platónico por el sublime idealismo que le mueve y acompaña siempre, el divino Herrera, en fin, poeta, retórico, filólogo y crítico insigne, desata los raudales de su entusiasmo para ensalzar en sus Comentarios a Garcilaso de la Vega la dignidad de nuestra lengua, a propósito de los versos de este ilustre soldado, y escribir a la vez un curso completo de teoría literaria. Las inmensas riquezas del lenguaje español, de las que él llegó a ofrecer a las gentes parte muy preciosa, ya en prosa, ya poéticamente, avívanle su entusiasmo; y al par que encarece por la movilidad y crecimiento del hablar común la necesidad de pulir y aquilatar las frases y modos de decir, y de atender en materia de lenguaje hasta aquello que más nimio se antoja a los indoctos, para así verlo más lleno y abundante de todos los ornamentos que puedan hacerlo más ilustre y estimado, prorrumpe en magníficos loores de la lengua española; la cual hallo (escribe) tan grande, y llena y capaz de todo ornamento, que compelido de su majestad y espíritu, vengo a afirmar que ninguna de las vulgares la ecede y muy pocas pueden pedille igualdad; es la nuestra (continúa) grave, religiosa, honesta, alta, manífica, suave, tierna, afectuosísima y llena de sentimientos, y tan copiosa y abundante, que ninguna otra puede gloriarse desta riqueza y fertilidad más justamente; no sufre ni permite vocablos extraños i baxos, ni regalos lascivos; es más recatada y osservante que ninguna; tiene autoridad para osar innovar alguna cosa con libertad; porque ni corta ni añade sílabas a las alciones, ni trueca, ni altera forma; antes toda entera i perpetua muestra su castidad i cultura i admirable grandeza i espíritu con que ecede sin proporción a todas las vulgares i en la facilidad y dulzura de su pronunciación (I).
La bizarría de estas palabras, y el espíritu que alienta todo el valentísimo comentario de Herrera, debieron de contribuir, no poco, a levantar el cultivo de la lengua castellana, y a encender en sus amores a toda aquella corte literaria que se congregaba en la casa de Francisco Pacheco y en las de los Alecenas de Sevilla. Nunca, en verdad. se ha visto mejor proclamada la grandeza del castellano; nunca con más eficacia defendida su dignidad y excelencia. La escuela poética sevillana cooperó
admirablemente al movimiento iniciado por Herrera; y Cetina, y Medrano, y Alcázar, y Arguijo, y Quirós, y Salinas, fueron una viva protesta contra los que intentaban desdeñar la lengua que varones tan insignes enaltecieron e ilustraron.
(I) Páginas 74 y 75:
Voces parecidas a las que habían salido de la esclarecida escuela sevillana resonaron años adelante a orillas del Ebro en la boca del ilustre autor del Genio de la Historia, Fr.Jerónimo de San José (I), el cual, después de encomiar en varias ocasiones el lustre de nuestra lengua, afirma resueltamente que el brío español no sólo quiso mostrar su imperio en conquistar y avasallar reinos extraños, sino también ostentar su dominio en servirse de los lenguajes de todo el mundo; tomando libremente de cada provincia, como en tributo de su vasallaje, lo que más le agradaba y de que tenía necesidad para engalanar y enriquecer su lengua, con tal destreza que al vocablo que de nuevo introducía, dábale cierta gracia, aliño y gala que no tenía en su propia patria y nación, mejorando así lo que tomaba para hacerlo con excelencia propia.
Estas ideas, expuestas por aquellos ingenios esclarecidos, recibieron al comenzar el siglo XVII particular confirmación en las obras de Aldrete, quien, después de haber iluminado con luz vivísima la historia de nuestra habla, cerró como con llave de oro su libro del Origen de la lengua castellana con el capítulo que trata de las grandes cualidades dignas de mucha estima que tiene el idioma de Castilla. En dicho capítulo, breve, según que de propósito lo quiso escribir el autor, no se dejan de notar y aplaudir las particularidades que avaloran el romance, ni de emitirse ideas muy notables, como la de la fijación de las diferencias que hay entre el hablar común del vulgo y el hablar discreto y reportado; entre aquél en que las palabras corren libremente y aquél otro en que todo está pensado, limado y prevenido. No pasaron tampoco por alto a Aldrete las particulares bellezas que puede encerrar la dicción castellana; ni la suavidad y dulzura varoniles que la enjoyan; ni la gravedad y arrogancia; ni la candidez y pureza; ni las agudas sales; ni el donaire y la gracia; ni la grande abundancia; ni, en fin, los modos de decir, en los que ninguna lengua hace ventaja a la nuestra, por ser éstos tan proporcionados y ajustados, que sin afectación declaran lo que quieren y contienen gran énfasis y significación. Así es instrumento felicísimo de todas las ciencias que se valen de ella para declarar sus conceptos de manera no inferior a la que ofrece la lengua latina, a despecho de los que vieron mal que Fr. Luis de León escribiera en castellano sus Nombres de Cristo, y, años adelante, Bartolomé Leonardo de Argensola su Historia de la conquista de las islas Malucas.
(I) Págs. 115 y 116, cap. III, 2a parte del Genio de la Historia, por el P. Fr. Gerónimo de San Iosef, Carmelita descalço. Pvblicalo el Marqves de Torres... En çaragoça: En la Imprenta de Diego Dormer, 1651. -4.°
(2) Prólogo a los lectores (págs. 1-12), escrito por el Maestro Medina, a las obras de Garcilaso de la Vega, anotadas por Fernando de Herrera. Véase el núm. 411 de esta Biblioteca.
El Discurso sobre la lengua castellana que sirve de prólogo a las poesías de Garcilaso, comentadas por Herrera (2), por lo generoso de las ideas y la pompa y harmonía de la dicción, es, a no dudarlo, el trabajo crítico más bello y de importancia más transcendental que se escribió en España en su tiempo, y cuya elocuencia es tan eficaz, que su lectura deja en nuestros ánimos admiración y deseo insaciable de entregarnos nuevamente a la contemplación de aquel conjunto de generosas ideas, escogidas y juntadas con acendrado amor por la lengua patria y declaradas en cláusulas inimitables.
Tal vez el Maestro Medina, deslumbrado por el fuego de su entusiasmo, concede a muy pocos escritos españoles la honra de la perfecta elocuencia; considera con exageración el estado de abatimiento en que supone a nuestra lengua, y, al recordar ciertas glorias de la literatura castellana, supone sin razón que son muchos los descuidos y vicios que deslustran la propiedad y gran abundancia que los hacen merecedores de aplauso. Pero nada son estas sombras al lado de la luz vivísima que destella la dignidad de aquellas ideas, dirigidas a la defensa y alabanza del idioma castellano. El cual espera el Maestro sevillano que se ensalzará y acendrará con la lumbre del arte, que es guía más cierto que la naturaleza; esto es, mediante el estudio de la lengua en la gramática y en el vocabulario, en el de la pronunciación y en el de las letras con que las voces se figuran. De la ignorancia de estas disciplinas (dice) nacieron tantos vicios así en lo uno como en lo otro; y se han endurecido tanto con los años, que apenas se pueden arrancar del uso, y si alguno lo intenta es aborrecido y vituperado como hombre arrogante, que dexando el camino real que hallaron nuestros pasados, sigue nuevas sendas llenas de aspereza y peligros, como si la conformidad de la muchedumbre guiada por su antojo, sin ley ni razón, deviese ser regla inviolable de nuestros consejos.
No menos que a esta causa atribuye Medina a la preferencia dada a la lengua latina sobre la común, por suponer los autores que sus escritos perdían estimación en allanarse a la inteligencia del pueblo, la falta de ilustración en que se tenía el habla castellana. Pero, con todo, su pluma no se entrega a las tristezas del pesimismo. El recuerdo de Garcilaso de la Vega, de Hernando de Herrera y de los libros de los más loados escritores, levanta su espíritu de tal manera, que rendido el insigne Maestro a la beldad del habla castellana, espera que llegará día en que se comenzará a descubrir más clara su gran belleza y esplendor, y todos encendidos en sus amores (dice) la sacaremos del poder de los bárbaros; encogeráse (prosigue) de hoy más la arrogancia y presunción de los vulgares que, engañados con falsa persuasión de su aviso, osaban recuestar atrevidamente esta matrona honestísima; incitaránse luego los buenos ingenios a esta competencia de gloria, y veremos extendida la majestad del lenguaje español, adornada de nueva y admirable pompa, hasta las provincias donde victoriosamente penetraron las banderas de nuestro ejército.
Rara vez ha habido escritor que igualara la elocuencia de estos períodos admirables, este entusiasmo por la grandeza del idioma castellano.
En el mismo año y en el mismo libro en que aparecía el gallardísimo discurso de Medina, otro esclarecido sevillano, gloria y honra la más alta de la escuela poética hispalense, pindárico por su fuerza e inspiración, bíblico por su majestad y arrogancia, platónico por el sublime idealismo que le mueve y acompaña siempre, el divino Herrera, en fin, poeta, retórico, filólogo y crítico insigne, desata los raudales de su entusiasmo para ensalzar en sus Comentarios a Garcilaso de la Vega la dignidad de nuestra lengua, a propósito de los versos de este ilustre soldado, y escribir a la vez un curso completo de teoría literaria. Las inmensas riquezas del lenguaje español, de las que él llegó a ofrecer a las gentes parte muy preciosa, ya en prosa, ya poéticamente, avívanle su entusiasmo; y al par que encarece por la movilidad y crecimiento del hablar común la necesidad de pulir y aquilatar las frases y modos de decir, y de atender en materia de lenguaje hasta aquello que más nimio se antoja a los indoctos, para así verlo más lleno y abundante de todos los ornamentos que puedan hacerlo más ilustre y estimado, prorrumpe en magníficos loores de la lengua española; la cual hallo (escribe) tan grande, y llena y capaz de todo ornamento, que compelido de su majestad y espíritu, vengo a afirmar que ninguna de las vulgares la ecede y muy pocas pueden pedille igualdad; es la nuestra (continúa) grave, religiosa, honesta, alta, manífica, suave, tierna, afectuosísima y llena de sentimientos, y tan copiosa y abundante, que ninguna otra puede gloriarse desta riqueza y fertilidad más justamente; no sufre ni permite vocablos extraños i baxos, ni regalos lascivos; es más recatada y osservante que ninguna; tiene autoridad para osar innovar alguna cosa con libertad; porque ni corta ni añade sílabas a las alciones, ni trueca, ni altera forma; antes toda entera i perpetua muestra su castidad i cultura i admirable grandeza i espíritu con que ecede sin proporción a todas las vulgares i en la facilidad y dulzura de su pronunciación (I).
La bizarría de estas palabras, y el espíritu que alienta todo el valentísimo comentario de Herrera, debieron de contribuir, no poco, a levantar el cultivo de la lengua castellana, y a encender en sus amores a toda aquella corte literaria que se congregaba en la casa de Francisco Pacheco y en las de los Alecenas de Sevilla. Nunca, en verdad. se ha visto mejor proclamada la grandeza del castellano; nunca con más eficacia defendida su dignidad y excelencia. La escuela poética sevillana cooperó
admirablemente al movimiento iniciado por Herrera; y Cetina, y Medrano, y Alcázar, y Arguijo, y Quirós, y Salinas, fueron una viva protesta contra los que intentaban desdeñar la lengua que varones tan insignes enaltecieron e ilustraron.
(I) Páginas 74 y 75:
Voces parecidas a las que habían salido de la esclarecida escuela sevillana resonaron años adelante a orillas del Ebro en la boca del ilustre autor del Genio de la Historia, Fr.Jerónimo de San José (I), el cual, después de encomiar en varias ocasiones el lustre de nuestra lengua, afirma resueltamente que el brío español no sólo quiso mostrar su imperio en conquistar y avasallar reinos extraños, sino también ostentar su dominio en servirse de los lenguajes de todo el mundo; tomando libremente de cada provincia, como en tributo de su vasallaje, lo que más le agradaba y de que tenía necesidad para engalanar y enriquecer su lengua, con tal destreza que al vocablo que de nuevo introducía, dábale cierta gracia, aliño y gala que no tenía en su propia patria y nación, mejorando así lo que tomaba para hacerlo con excelencia propia.
Estas ideas, expuestas por aquellos ingenios esclarecidos, recibieron al comenzar el siglo XVII particular confirmación en las obras de Aldrete, quien, después de haber iluminado con luz vivísima la historia de nuestra habla, cerró como con llave de oro su libro del Origen de la lengua castellana con el capítulo que trata de las grandes cualidades dignas de mucha estima que tiene el idioma de Castilla. En dicho capítulo, breve, según que de propósito lo quiso escribir el autor, no se dejan de notar y aplaudir las particularidades que avaloran el romance, ni de emitirse ideas muy notables, como la de la fijación de las diferencias que hay entre el hablar común del vulgo y el hablar discreto y reportado; entre aquél en que las palabras corren libremente y aquél otro en que todo está pensado, limado y prevenido. No pasaron tampoco por alto a Aldrete las particulares bellezas que puede encerrar la dicción castellana; ni la suavidad y dulzura varoniles que la enjoyan; ni la gravedad y arrogancia; ni la candidez y pureza; ni las agudas sales; ni el donaire y la gracia; ni la grande abundancia; ni, en fin, los modos de decir, en los que ninguna lengua hace ventaja a la nuestra, por ser éstos tan proporcionados y ajustados, que sin afectación declaran lo que quieren y contienen gran énfasis y significación. Así es instrumento felicísimo de todas las ciencias que se valen de ella para declarar sus conceptos de manera no inferior a la que ofrece la lengua latina, a despecho de los que vieron mal que Fr. Luis de León escribiera en castellano sus Nombres de Cristo, y, años adelante, Bartolomé Leonardo de Argensola su Historia de la conquista de las islas Malucas.
(I) Págs. 115 y 116, cap. III, 2a parte del Genio de la Historia, por el P. Fr. Gerónimo de San Iosef, Carmelita descalço. Pvblicalo el Marqves de Torres... En çaragoça: En la Imprenta de Diego Dormer, 1651. -4.°
A estas excelencias añade el desconocido Dr. Viana,
en el siglo XVII, las ventajas que la lengua castellana tiene para
expresar los más sutiles y profundos conceptos con suma y clarísima
brevedad (I). Cuanto más deja que inquirir y entender a los oyentes
el que habla, hace su oficio más galanamente, dice este autor:
preciosa máxima, ya declarada por el Brocense (2), seguidor de la
doctrina de Horacio (3), pero que el Doctor Viana afirma ser
comprobada, mejor que en ninguna de las lenguas, en la castellana, no
tanto por la facilidad con que sirve de ajustado marco a las ideas de
la mente, como por la exactitud con que en pocas palabras sabe
comprehender tantas diferencias de donaires, tan sabrosos motes,
tantas delicias, tantas flores, tan agradables demandas y respuestas,
tan sabias locuras, tan locas veras, que son para dar alegría al más
triste hombre del mundo, según muy bien dijo D. Alonso de Fonseca
(4).
El Dr. Viana hace asimismo resaltar la facilidad con que nuestra lengua, mejor que otra alguna, sirve para apropiarse y vestir los conceptos expresados en las extranjeras, con tal perfección y vida, que las traducciones hechas por muchos de nuestros ingenios poseen las cualidades de obras originales. Ventaja, por cierto, tan preciosa como verdadera; porque en tanto que a otras lenguas les es negada, viéndose reducidas a un arte de imitación más o menos perfecto, la castellana sabe traspasar a sus propios lares las ideas extrañas, dándoles en ellos la misma forma que originariamente tenían y guardándoles toda su primitiva fuerza y valor. Nuestros buenos traductores, así de las literaturas clásicas como de las modernas, han demostrado, en efecto, que su nativa lengua ha sido dócil instrumento con cuya riqueza y variedad han trasladado felizmente a ella cuanto de las extranjeras se habían propuesto (I).
(I) Equívocos morales: Ms. original en 4.°, de 240 págs. dobs. existente en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. -Contiene 206 coplas, y el prólogo con que comienza es un verdadero Discurso sobre la excelencia del castellano. La prosa del Dr. Viana es tersa, nutrida y elegante, y muy superior a sus versos. -En un pasaje de esta obra, el autor se dice serlo también de un Poema de la excelencia del hombre, de cuyo prólogo copia algunos
versos.
(2) Lib. IV de la Minerva, fol. 164 al fin.
(3) Est brevitate opus, ut currat sententia, ne se impediat verbis lassos onerantibus autores.
(4) Carta del Arzobispo de Santiago al Dr. Villalobos.
El Dr. Viana hace asimismo resaltar la facilidad con que nuestra lengua, mejor que otra alguna, sirve para apropiarse y vestir los conceptos expresados en las extranjeras, con tal perfección y vida, que las traducciones hechas por muchos de nuestros ingenios poseen las cualidades de obras originales. Ventaja, por cierto, tan preciosa como verdadera; porque en tanto que a otras lenguas les es negada, viéndose reducidas a un arte de imitación más o menos perfecto, la castellana sabe traspasar a sus propios lares las ideas extrañas, dándoles en ellos la misma forma que originariamente tenían y guardándoles toda su primitiva fuerza y valor. Nuestros buenos traductores, así de las literaturas clásicas como de las modernas, han demostrado, en efecto, que su nativa lengua ha sido dócil instrumento con cuya riqueza y variedad han trasladado felizmente a ella cuanto de las extranjeras se habían propuesto (I).
(I) Equívocos morales: Ms. original en 4.°, de 240 págs. dobs. existente en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia. -Contiene 206 coplas, y el prólogo con que comienza es un verdadero Discurso sobre la excelencia del castellano. La prosa del Dr. Viana es tersa, nutrida y elegante, y muy superior a sus versos. -En un pasaje de esta obra, el autor se dice serlo también de un Poema de la excelencia del hombre, de cuyo prólogo copia algunos
versos.
(2) Lib. IV de la Minerva, fol. 164 al fin.
(3) Est brevitate opus, ut currat sententia, ne se impediat verbis lassos onerantibus autores.
(4) Carta del Arzobispo de Santiago al Dr. Villalobos.
¡Lástima fué que este elocuente autor, que con tanto acierto trató de la superioridad y ventaja de nuestra lengua y de nuestra literatura sobre la toscana, así en prosa como en verso, afeara su precioso discurso con desatinadas especies sobre los orígenes del romance castellano!
Más acertado que el Dr. Viana en sus opiniones sobre la historia de nuestra lengua, estuvo el Licenciado Juan de Robles, y no menos elocuente en las alabanzas que le tributó en su libro de El culto sevillano. El florecimiento de nuestras letras en aquellos tiempos le anima y entusiasma; la
lección de los libros escritos por las plumas de nuestros clásicos, subyuga su entendimiento; el cuidado que al escribir pusieron éstos en el escogimiento de las palabras, según sus formaciones y terminaciones, y la tersura de sus frases y la clarísima elocuencia con que se expresaron, muévele a grande admiración; y ante el numeroso conjunto de escritores castellanos que acreditaron y pusieron su lengua en el más alto punto de perfección y de cultura a que jamás había subido, no vacila en proclamarla tan perfecta y magnífica como la latina en tiempo de Cicerón. No perdonó el Licenciado Juan de Robles ocasión para ensalzarla, ahora con la autoridad del Maestro Medina y de Aldrete, ahora con frases de su propio ingenio.
Sería muy largo recordar aquí todas las autoridades que por accidente trataron en los siglos XVI y XVII de la dignidad de la lengua castellana. Conocedores y amantes de ella, pocos hubo que no se mostraran agradecidos al modo con que les servía para vestir sus pensamientos. No hay autor de gramática, por humilde que sea, que espontáneamente no haya dejado escrita alguna frase alabadora de la lengua de Cervantes y de Granada.
(I) Yo me incliné (a traducir) sólo por mostrar que nuestra lengua recibe bien todo lo que se le encomienda, y que no es dura ni pobre, como algunos dicen, sino de cera y abundante para los que la saben tratar. Carta de Fr. Luis deLeón a D. Pedro Portocarrero, publicada por D. Gregorio Mayans en la Vida del insigne agustiniano, con sus Poesías (Valencia, año de 1761).
Antes que resonaran los acentos dogmáticos de Nebrija, ya desde que Alfonso X el Sabio mandó que se escribieran las leyes en romance para el mejor gobierno y administración de su reino, dedicáronse a cultivarla con esmero y entusiasmo, desde el rey abajo, los más valientes ingenios, justos estimadores y ensalzadores de su propia lengua. No obstante esto, porción de libros aparecieron años después escritos en latín, en los cuales sus autores prefirieron este idioma al de Castilla; pero la corriente a que se oponían hubo bien pronto de arrastrarlos; ¿y qué mucho que el castellano sobrepujara al fin a un idioma muerto, si entre los usados entonces tenía singular preferencia, no solamente por las cualidades que le adornaban, sino por la necesidad que había de aprenderlo? (I), ¿y qué extraño que las cualidades de nuestra habla fueran reconocidas por todos, si el mejor libro escrito sobre sus excelencias está en la misma historia que nos dice que entonces era el idioma universal? In omnem terram exivit sonus corum et in fines orbis terrae verba corum puede decirse, con el Rey Profeta (Psalmo 18), de los españoles y de su idioma durante los siglos XVI y XVII.
(I) a causa da lingoa Castelhana se estender per alguas prouincias, & hauer nellas
muitos que as saibao entender. & faliar, nāo he por a bondade da lingoa (que nos nāo lhe
negamos) mas por a necessidade que della tem aquellas gentes, que della usao. Origem
da lingoa portuguesa, per Dvarte Nvnez de Liao: Lisboa, 1606, cap. XXIII, pág. 135.
(2) Prólogo al lector de su Elocuencia española en arte.
las damas francesas se complacían en la lectura de los libros de Cervantes, al decir de César Oudin en el prólogo de su traducción de Galatea, y el propio autor de El Ingenioso Hidalgo, escribe Capmany. fué convidado con muy ventajosos partidos para ir a París a enseñar la lengua española, proponiendo sus propios escritos por modelos de lenguaje; príncipes y señores la aprendían en Francia e Inglaterra, Flandes e Italia; y cuando el Emperador Carlos V, que se preciaba de español, venció en el río Albis al Duque de Sajonia, dice el Licenciado Villalón, que al presentársele, para obedecerle y demandarle perdón, todas las Señorías y Principados de Alemania, habláronle por aplacerle en castellano (I).
Muchas obras dramáticas eran representadas por
cómicos españoles en Francia, Italia, Cerdeña y Flandes; y tanto
gustaba el público de ellas, que el famoso comediante Sebastián de
Prado representó en París cuando la Infanta María Teresa, hija de
Felipe II, pasó a casarse con Luis XIV (2); María Laredo hizo damas
en las compañías que andaban por Italia y nunca vino a España (3);
permitióse en tiempos de Gregorio XV por este Pontífice la pública
representación de nuestras comedias a presencia de insignes
purpurados, según refiere un testigo de vista, el P. Tomás Hurtado,
clérigo menor (4), y a fines del siglo XVII todavía se
representaban con extraordinario aplauso, por judíos portugueses y
españoles, en Amsterdam y en otras ciudades de los Países Bajos
(5).
En fin, tan grande era la estima en que era tenida en
general la lengua castellana, y tal el amor con que la trataban sus
cultivadores, que el Monarca Felipe IV, al dar el parabién al Papa
Alejandro VII por su exaltación al Sumo Pontificado, quiso
escribírselo en castellano, terminando su carta con estas gloriosas
expresiones: La hubiera escrito en lengua latina, si en medio de ser
la española su hija, no excediese aun a la misma madre en la
gravedad de su carácter, posesión de sus lacónicas frases,
majestad de sus palabras, y en lo peregrino de sus exquisitos y
vivaces conceptos.
(I) Y añade el Ldo. Villalón en el Proemio de su Gramática, impresa en 1558, que compuso su obra por ver el común de todas las gentes inclinadas a la dichosa lengua castellana, que les aplace mucho y se precian de hablar en ella: el flamenco, el italiano, el inglés, el francés y aún el alemán se huelgan de la hablar, y que la lengua castellana lo merece todo por su elegancia, eloquencia y copiosidad: que cierto es muy acomodada a buen decir.
(2) Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, por D. Juan Antonio Pellicer y Saforcada: Madrid. por D. Antonio de Sancha, 1778.
(3) Tratado histórico sobre el origen y progresos del histrionismo en España, por D. Casimiro Pellicer: Madrid. 1804, parte segunda, págs. 197 y 198.
(4) Tractatus varii Ressolutionum Moralium. pars posterior. pág. 127.
(5) Conferencia dada el año de 1891 por el Sr. D. Juan Fastenrath, sobre las letras españolas en Holanda, en el Ateneo de El Haya.
Fue tan grande la influencia que el castellano ejerció en todas partes durante el siglo XVII, que Francia, adoradora de Italia durante el siglo XVI, tomó por modelo en el siguiente nuestras costumbres y nuestra habla, que habían extendido las guerras de la Liga y la permanencia de nuestros ejércitos en la nación vecina.. Esta influencia de nuestra lengua en la francesa llegó a tal punto, que los eruditos de allende el Pirineo, inclinados casi siempre a negar, en lo tocante a España, hasta aquello mismo que es de suyo evidente, según lo testifica el ejemplo de que Salomón Reinach se atreva a anteponer el Glossaire comparatif des langues de l´univers (en número de 280), publicado en 1787 por orden de Catalina de Rusia, al Catálogo de las lenguas (en número de 300) publicado en 1784 por Hervás, indiscutible fundador de la filología comparada (I), los eruditos franceses, repetimos, no han podido negar que la corte de Enrique IV estaba españolizada, que los cortesanos se admiraban y exclamaban, por moda, en frases castellanas, y que la lengua francesa tomó entonces de la nuestra innumerables vocablos como algarade, caramel, capitán, camarade, cassolette, creole, castagnette, embargo, duegne, galón, guitare, hagnanée, habler, mantille, negre, sarabande, sieste y otras muchas (2).
Y aunque alguno de ellos haya negado el valor de
ciertas palabras de Balzac (3) y la indudable imitación del teatro
de Calderón de la Barca en la pluma del gran Corneille, les ha sido
imposible desconocer a todos la gran influencia de nuestra literatura
y de nuestra lengua en la lengua y en la literatura francesas durante
el reinado de Luis XIII (4), en que se estudiaron y tradujeron las
obras de Cervantes, Antonio Pérez, Mateo Alemán, Juan Ruarte y
otras de nuestros más famosos escritores, por las cuales la nobleza
y el énfasis de la frase castellana influyeron considerablemente en
la lengua francesa.
Imprimiéronse entonces libros españoles en las más famosas oficinas de Milán y Roma, Nápoles y Venecia, Lyon y París, y las muy célebres de Amberes y de Bruselas apenas publicaban libro que no fuese escrito por plumas castellanas;
(I) Manuel de Philologie classique, tomo I, lib. II, § III. Histoire de la grammaire comparée.
(2) Grammaire historique de la langue française, par Auguste Brachet. Introduction.
(3) Les courtisans, sils eussent eté nés à Madrid ou à Toledo, ne pouvaient étre meilleurs Espagnols: tout le monde couroit en foule et les yeux fermés a la servitude.
(4) Précis de Grammaire historique de la langue française, avec una introduction sur les origines et le développement de cette langue, par Ferdinand Brunot, lib. I.
traducíanse no sólo al francés, como se ha dicho, nuestras obras clásicas, sino al italiano, al alemán, al inglés, al holandés y a otras lenguas europeas, agotándose en poco tiempo muchas ediciones; preciábanse las naciones extranjeras de saberla y estudiarla por arte y a costa de trabajo y cuidado, como dice un antiguo (I); y a estos fines dedicábanse a componer el diccionario y la gramática del castellano el Sr. de Trigny, el capitán Flégétante, César Oudin, Enrique Doergangk, Carlos Mulerio, Mad. Pasier, Juan de la Naie, el Sr. Loubayssin de la Marque y otros extranjeros que se hubieran podido gloriar con justicia de haber compuesto el diccionario castellano antes de que apareciese ninguno de nuestra propia lengua en España. De esta manera pregonaban los hechos, mejor que la voz más autorizada y elocuente, la peregrina grandeza de nuestra lengua, que así había subyugado y enseñoreado todos los espíritus en aquella edad memorable y gloriosa (2).
Con la decadencia de la casa de Austria fué pareja la del idioma castellano, al fin como cosa mudable y sujeta al tiempo; y sin que sea propio recordar aquí las causas de la infeliz y deshecha fortuna que corrió entonces nuestra lengua, no debe olvidarse, sin embargo, que ni un solo momento se dejaron de reconocer las cualidades y particulares perfecciones que podía revestir, según que en años pasados lo había pregonado nuestra literatura. De ahí provino el que, bajo la protección de la Corona se fundase una Corporación dedicada a limpiar y purificar, fijar y esclarecer la noble lengua española, y a procurar la dichosa restauración de las letras; y cuando los doctísimos varones que formaron esta Academia bajo la presidencia del Marqués de Villena, pusieron mano en la
obra que les estaba encomendada, empezando por la composición del gran Diccionario de autoridades, lo primero que consignaron en sus preliminares fueron las siguientes palabras:
La lengua castellana en nada cede a las más cultivadas con los afanes del arte y del estudio: es rica de voces, fecunda de expresiones, limpia y tersa en los vocablos, fácil para el uso común, dulce para los afectos, grave para las cosas serias, y para las festivas abundantísima de gracias, donaires, equívocos, sales. Es muy copiosa de sentencias, proverbios o refranes, en que está cifrada
toda la Philosophia moral y la enseñanza civil, como confiesan Erasmo y Escalígero; y tiene muchos dialectos o términos peculiares, cuya viveza no es posible substituirse en otra lengua.
(I) El Maestro Bartolomé Ximénez Patón, en sus Instituciones de la Gramática española, segunda edición, en el Mercurius trimegistus. Prólogo al Dr. D. Francisco de Alarcón, Canónigo y Maestrescuela de la Santa Iglesia de Cuenca.
(2) El italiano y el español formaban en otro tiempo parte de la educación francesa, y hasta en tiempo de Corneille toda nuestra literatura era todavía española. Año literario de París, 31 de Enero de 1786. (Núm. 11: juicio acerca del discurso sobre la universalidad de la lengua francesa, compuesto por M. Rivaroles, y laureado por la Academia de Berlín, año de 1784.)
La Rhetórica, para resplandecer brillante en sus artificiosas oraciones, nada echa menos en ella de
lo grande que se halla en las lenguas griega e latina, pudiéndose decir de ella, con igual valentía y elegancia, cuanto se ha dicho en éstas de grande y admirable, cediéndolas sólo la ventaja de haber sido primeras en el tiempo. La Poesía en la variedad de metros, números, consonancias y asonancias, es gratísima y muy dulce a los oídos: lo majestuoso de las voces le da gravedad y peso, y en lo festivo la copia de equívocos y gustosas alusiones la hacen, sin la menor competencia, singular entre todas (I).
A estas frases que la ilustre Corporación estampaba, habían de seguir, cual era lógico, las manifestaciones del particular entusiasmo de algunos académicos. Así entre otros el competente lexicógrafo Don Ramón Cabrera, al entrar en la Academia Española, año de 1791, no
hallaba palabras suficientes a encarecer la harmonía, gravedad y abundancia del idioma castellano (2), probando su tesis, ahora con el recuerdo de las nobles y magníficas terminaciones de sinnúmero de palabras, con la dulzura y variedad que las distingue, merced al número de sonidos claros y llenos y al uso de vocales diversas en la acentuación y número de las sílabas, ahora con la riqueza de giros y de voces que hacen al romance idóneo, como ninguna otra de las lenguas neo-latinas, para cualquier materia científica o literaria, de que da nuestra historia testimonio abundante y elocuentísimo.
Un año después, el erudito historiador de Colón y de Cervantes, D. Martín Fernández de Navarrete, al tomar posesión de su plaza de individuo honorario el 29 de marzo de 1792, empezaba su discurso sobre la formación y progresos de nuestro idioma hablando de las cualidades que enaltecen esta lengua en que nos expresamos, la más harmoniosa (decía) de las vivas, la más parecida a la rica y abundante de Grecia, la más dócil para recibir todos los adornos de la elocución; que por su riqueza y fecundidad satisface a maravilla la expresión de todas las ideas y sentimientos, y que por su precisión y pureza se adapta a las maneras de hablar más breves, claras y elegantes. Por último, no se pronunció discurso alguno en el seno de la Corporación sin que se tributasen entusiastas loores al castellano, si el tema les ofrecía ocasión propicia a estos fines.
(I) Discurso proemial sobre el origen de la lengua castellana, 1727.
(2) D. Ramón Cabrera fué admitido en la Academia el 22 de noviembre del citado año; falleció el 3 de septiembre de 1833. -Su discurso se ha incluido en las Memorias de la Academia, tomo I: Madrid. 1870. -4.°, págs. 547-555.
Meléndez Valdés, ante la Real Academia Española (I), se lamentaba de la postración y decadencia de las letras españolas en los tristes primeros años de este siglo; dolíase de que hubiera quienes, desconociendo el alto precio de la lengua de Castilla, la desfiguraran y afeasen con cantidad de frases y voces bárbaras e ilegítimas, y clamaba por la depuración y restauración de nuestra habla, acaso la primera (exclama) de las vivas, o la que reúne al menos más número de dotes para competir con las clásicas, por lo copiosa, clara, dulce, sonora, llena de energía y majestad; y a ejemplo de Meléndez Valdés, D. Manuel Josef Quintana mostrábase en 1814 (2) amador vehementísimo de nuestra lengua, temiendo que alteraciones viciosas viniesen a desnaturalizarla, y al esperar que un nuevo espíritu de vida social le prestara mayor dignidad y calidades, no excusaba palabra en alabanza suya.
Alentados con el preclaro ejemplo de esta Sociedad literaria, e impelidos al par por su nativo buen gusto y entusiasmo, por su ingenio y erudición, cooperaron no poco a la empresa acometida por la Academia otros varones ilustres a quienes debe mucho la literatura española del pasado siglo. El insigne valentino D. Gregorio Mayans, en su Oración fúnebre en que exhorta a seguir la verdadera idea de la Elocuencia española (3), duélese de que no se cultivaran en sus días las letras con el esmero a que se hace acreedora la más majestuosa de las lenguas neo-latinas, e incita a los estudiosos a seguir las venerables pisadas de nuestros clásicos y a realizar de este modo los magníficos acentos que presta nuestra habla (4); Vargas Ponce, en su Declamación contra los abusos introducidos en el castellano (5), hace una apología de las admirables perfecciones y cualidades de nuestro idioma menospreciadas en su época; Capmany, el español que, al decir de Puigblanch (6), mejor ha poseído el diccionario de nuestro idioma, en sus Observaciones críticas sobre la excelencia de la lengua castellana (I), la compara con otras lenguas europeas y señala, con el testimonio de muchos ejemplos, las ventajas que la nuestra les lleva y todas las cualidades que la embellecen;
Imprimiéronse entonces libros españoles en las más famosas oficinas de Milán y Roma, Nápoles y Venecia, Lyon y París, y las muy célebres de Amberes y de Bruselas apenas publicaban libro que no fuese escrito por plumas castellanas;
(I) Manuel de Philologie classique, tomo I, lib. II, § III. Histoire de la grammaire comparée.
(2) Grammaire historique de la langue française, par Auguste Brachet. Introduction.
(3) Les courtisans, sils eussent eté nés à Madrid ou à Toledo, ne pouvaient étre meilleurs Espagnols: tout le monde couroit en foule et les yeux fermés a la servitude.
(4) Précis de Grammaire historique de la langue française, avec una introduction sur les origines et le développement de cette langue, par Ferdinand Brunot, lib. I.
traducíanse no sólo al francés, como se ha dicho, nuestras obras clásicas, sino al italiano, al alemán, al inglés, al holandés y a otras lenguas europeas, agotándose en poco tiempo muchas ediciones; preciábanse las naciones extranjeras de saberla y estudiarla por arte y a costa de trabajo y cuidado, como dice un antiguo (I); y a estos fines dedicábanse a componer el diccionario y la gramática del castellano el Sr. de Trigny, el capitán Flégétante, César Oudin, Enrique Doergangk, Carlos Mulerio, Mad. Pasier, Juan de la Naie, el Sr. Loubayssin de la Marque y otros extranjeros que se hubieran podido gloriar con justicia de haber compuesto el diccionario castellano antes de que apareciese ninguno de nuestra propia lengua en España. De esta manera pregonaban los hechos, mejor que la voz más autorizada y elocuente, la peregrina grandeza de nuestra lengua, que así había subyugado y enseñoreado todos los espíritus en aquella edad memorable y gloriosa (2).
Con la decadencia de la casa de Austria fué pareja la del idioma castellano, al fin como cosa mudable y sujeta al tiempo; y sin que sea propio recordar aquí las causas de la infeliz y deshecha fortuna que corrió entonces nuestra lengua, no debe olvidarse, sin embargo, que ni un solo momento se dejaron de reconocer las cualidades y particulares perfecciones que podía revestir, según que en años pasados lo había pregonado nuestra literatura. De ahí provino el que, bajo la protección de la Corona se fundase una Corporación dedicada a limpiar y purificar, fijar y esclarecer la noble lengua española, y a procurar la dichosa restauración de las letras; y cuando los doctísimos varones que formaron esta Academia bajo la presidencia del Marqués de Villena, pusieron mano en la
obra que les estaba encomendada, empezando por la composición del gran Diccionario de autoridades, lo primero que consignaron en sus preliminares fueron las siguientes palabras:
La lengua castellana en nada cede a las más cultivadas con los afanes del arte y del estudio: es rica de voces, fecunda de expresiones, limpia y tersa en los vocablos, fácil para el uso común, dulce para los afectos, grave para las cosas serias, y para las festivas abundantísima de gracias, donaires, equívocos, sales. Es muy copiosa de sentencias, proverbios o refranes, en que está cifrada
toda la Philosophia moral y la enseñanza civil, como confiesan Erasmo y Escalígero; y tiene muchos dialectos o términos peculiares, cuya viveza no es posible substituirse en otra lengua.
(I) El Maestro Bartolomé Ximénez Patón, en sus Instituciones de la Gramática española, segunda edición, en el Mercurius trimegistus. Prólogo al Dr. D. Francisco de Alarcón, Canónigo y Maestrescuela de la Santa Iglesia de Cuenca.
(2) El italiano y el español formaban en otro tiempo parte de la educación francesa, y hasta en tiempo de Corneille toda nuestra literatura era todavía española. Año literario de París, 31 de Enero de 1786. (Núm. 11: juicio acerca del discurso sobre la universalidad de la lengua francesa, compuesto por M. Rivaroles, y laureado por la Academia de Berlín, año de 1784.)
La Rhetórica, para resplandecer brillante en sus artificiosas oraciones, nada echa menos en ella de
lo grande que se halla en las lenguas griega e latina, pudiéndose decir de ella, con igual valentía y elegancia, cuanto se ha dicho en éstas de grande y admirable, cediéndolas sólo la ventaja de haber sido primeras en el tiempo. La Poesía en la variedad de metros, números, consonancias y asonancias, es gratísima y muy dulce a los oídos: lo majestuoso de las voces le da gravedad y peso, y en lo festivo la copia de equívocos y gustosas alusiones la hacen, sin la menor competencia, singular entre todas (I).
A estas frases que la ilustre Corporación estampaba, habían de seguir, cual era lógico, las manifestaciones del particular entusiasmo de algunos académicos. Así entre otros el competente lexicógrafo Don Ramón Cabrera, al entrar en la Academia Española, año de 1791, no
hallaba palabras suficientes a encarecer la harmonía, gravedad y abundancia del idioma castellano (2), probando su tesis, ahora con el recuerdo de las nobles y magníficas terminaciones de sinnúmero de palabras, con la dulzura y variedad que las distingue, merced al número de sonidos claros y llenos y al uso de vocales diversas en la acentuación y número de las sílabas, ahora con la riqueza de giros y de voces que hacen al romance idóneo, como ninguna otra de las lenguas neo-latinas, para cualquier materia científica o literaria, de que da nuestra historia testimonio abundante y elocuentísimo.
Un año después, el erudito historiador de Colón y de Cervantes, D. Martín Fernández de Navarrete, al tomar posesión de su plaza de individuo honorario el 29 de marzo de 1792, empezaba su discurso sobre la formación y progresos de nuestro idioma hablando de las cualidades que enaltecen esta lengua en que nos expresamos, la más harmoniosa (decía) de las vivas, la más parecida a la rica y abundante de Grecia, la más dócil para recibir todos los adornos de la elocución; que por su riqueza y fecundidad satisface a maravilla la expresión de todas las ideas y sentimientos, y que por su precisión y pureza se adapta a las maneras de hablar más breves, claras y elegantes. Por último, no se pronunció discurso alguno en el seno de la Corporación sin que se tributasen entusiastas loores al castellano, si el tema les ofrecía ocasión propicia a estos fines.
(I) Discurso proemial sobre el origen de la lengua castellana, 1727.
(2) D. Ramón Cabrera fué admitido en la Academia el 22 de noviembre del citado año; falleció el 3 de septiembre de 1833. -Su discurso se ha incluido en las Memorias de la Academia, tomo I: Madrid. 1870. -4.°, págs. 547-555.
Meléndez Valdés, ante la Real Academia Española (I), se lamentaba de la postración y decadencia de las letras españolas en los tristes primeros años de este siglo; dolíase de que hubiera quienes, desconociendo el alto precio de la lengua de Castilla, la desfiguraran y afeasen con cantidad de frases y voces bárbaras e ilegítimas, y clamaba por la depuración y restauración de nuestra habla, acaso la primera (exclama) de las vivas, o la que reúne al menos más número de dotes para competir con las clásicas, por lo copiosa, clara, dulce, sonora, llena de energía y majestad; y a ejemplo de Meléndez Valdés, D. Manuel Josef Quintana mostrábase en 1814 (2) amador vehementísimo de nuestra lengua, temiendo que alteraciones viciosas viniesen a desnaturalizarla, y al esperar que un nuevo espíritu de vida social le prestara mayor dignidad y calidades, no excusaba palabra en alabanza suya.
Alentados con el preclaro ejemplo de esta Sociedad literaria, e impelidos al par por su nativo buen gusto y entusiasmo, por su ingenio y erudición, cooperaron no poco a la empresa acometida por la Academia otros varones ilustres a quienes debe mucho la literatura española del pasado siglo. El insigne valentino D. Gregorio Mayans, en su Oración fúnebre en que exhorta a seguir la verdadera idea de la Elocuencia española (3), duélese de que no se cultivaran en sus días las letras con el esmero a que se hace acreedora la más majestuosa de las lenguas neo-latinas, e incita a los estudiosos a seguir las venerables pisadas de nuestros clásicos y a realizar de este modo los magníficos acentos que presta nuestra habla (4); Vargas Ponce, en su Declamación contra los abusos introducidos en el castellano (5), hace una apología de las admirables perfecciones y cualidades de nuestro idioma menospreciadas en su época; Capmany, el español que, al decir de Puigblanch (6), mejor ha poseído el diccionario de nuestro idioma, en sus Observaciones críticas sobre la excelencia de la lengua castellana (I), la compara con otras lenguas europeas y señala, con el testimonio de muchos ejemplos, las ventajas que la nuestra les lleva y todas las cualidades que la embellecen;
(I) Memorias de la Academia, tomo II, págs, 629 y 632. Fue elegido académico numerario en 1798, y leyó su discurso de recepción el 10 de septiembre de 1810.
(2) Ocupó su plaza de académico el 1: de marzo de dicho año. Memorias de la Academia, tomo II: Madrid. 1870, págs. 633 y 038.
(3) Impresa en Valencia por Bordazar, año de 1724, en 4.° Reimpresa en León de Francia, por los hermanos De Ville y Luis Chaimette, año de 1733. Incluida en sus Orígenes de la lengua española y en sus Ensayos oratorios: Madrid. por Juan de Zúñiga, 1737 y 1739.
(4) Así termina Mayans su Discurso de los Orígenes de la lengua española: Sepa, pues, todo buen español i todo el mundo que tenemos una lengua abundantísima i suave, i que podemos usar de ella con la mayor propiedad y energía, con brevedad. sublimidad, elegancia, harmonía, i por decirlo en una palabra, con eloquencia.
(5) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca, columnas 614, 615 y 616.
(6) Pág. 432 del tomo II de sus Opúsculos gramático-satíricos.
D. Gregorio Garcés, en los prólogos de los dos volúmenes de su Fundamento del vigor y elegancia de la lengua castellana (2), ensalza nuestra habla en el uso de sus partículas principalmente; el benedictino Feijóo, lamentándose de la moda de salpicar con voces francesas las conversaciones y los libros, dice que si los excesos de una lengua respecto de otra pueden reducirse a tres capítulos, propiedad. harmonía y copia, es menester no olvidar que en ninguna de estas tres calidades cede la lengua castellana a la francesa (3);
(I) Págs. 123 y 171 del tomo I de su Teatro histórico-crítico de la Elocuencia española.
Estudiando Capmany la antigüedad y progresos del castellano desde su más remoto principio, escribe que ninguna de las lenguas de Europa habladas en el siglo XIII había alcanzado una forma tan pulida, bella y suave como la castellana; compárala con las len-guas francesa, inglesa e italiana, y sin desconocer las partes dignas de aplauso que éstas tienen, acuerda la indudable ventaja de la nuestra sobre aquéllas. Y más adelante dice del idioma español cuando llegó a la cumbre de su perfección: Adquirió los modos de decir en grandísimo número, breves, sentenciosos y llenos de viveza y donaire, y nada opuestos a la dignidad de su carácter. Pero la calidad más esencial a la perfección de la lengua, aun quando careciese de la feliz combinación de sílabas suaves y sonoras, de la melodía de su acentuación y de su fina variedad para modificar maravillosamente todas las ideas abstractas y sentimientos, es aquella peculiar libertad de la construcción con que huye de las
repeticiones y monotonía sin violentar su índole, y aquella rapidez y concisión de la frase desembarazada de artículos, pronombres, partículas y otros accidentes gramaticales que
volverían muy pesada la oración castellana sin darla más claridad. De este modo la lengua española, sin quebrantar sus leyes, junta a la harmonía mecánica de sus dicciones la del estilo, que no es lo mismo: admirable calidad y singular excelencia que la hace la menos tímida y uniforme de todas las vulgares y la más apta para traducir la precisión y gravedad de la latina. Así, pues, si fuere posible que Salustio, Tácito y Séneca hablasen alguna vez en buen romance, sería en español.
En otra parte de sus Observaciones forma el autor varias listas de voces castellanas sonoras y de hermosa composición silábica y de grata terminación, de voces numerosas y llenas de magnificencia, enérgicas y expresivas. Ninguna lengua moderna lleva ventaja a la española en el cúmulo de locuciones que la hacen apta para exprimir todas las ideas primitivas con precisión, distinguir todas las ideas accesorias con exactitud y tratar todos los asuntos con claridad.
(2) Vid. núm. 155 de la presente Biblioteca.
(3) Paralelo de las lenguas castellana y francesa, discurso XV, págs. 309-325. Teatro crítico universal, o Discursos varios en todo género de materias, para desengaño de errores comunes, escrito por el muy ilustre Sr. D. Fr. Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro, Maestro General del Orden de San Benito, del Consejo de S. M. &c. Tomo primero. Nueva impresión, en la qual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares. Madrid. MDCCLXXVIII. Por D. Joachin Ibarra, Impresor de Cámara de S. M. Esta impresión consta de seis tomos. Los que hablan castellano puro, dice Feijóo, casi son mirados como hombres del tiempo de los Godos.
(1) De la excelencia de la lengua española y necesidad de su estudio. Págs. 213 y 228 de tomo II del Arte del romance castellano, cap. IX del lib. I. -De las grandes perfecciones de la Lengua Española i modo de corregirlas, págs. 96 y 10 1 del tomo I.y D. Tomás de Iriarte, haciendo hablar a la Poesía en su Poema de la música (Madrid. 1779, págs. 1247 125), pregona las ventajas de nuestra lengua, para declarar el pensamiento poético del modo siguiente:
Pues si fuera de Italia me desvelo
En buscar un lenguaje
Que a todos para el canto se aventaje,
En el Hispano suelo
Le encuentro noble, rico, majestuoso,
Flexible, varonil, harmonioso;
Un lenguaje en que son desconocidas
Letras mudas obscuras ó nasales,
Y en que las consonantes y vocales
Se hallan con orden tal distribuidas,
Que casi en igual número se cuentan:
No como en las naciones
Del Septentrión, que ofuscan y violentan
De las vocales los cantables sones.
Multiplicando tardas consonantes;
Lenguaje, en fin, que ofrece
En sus terminaciones
Los agudos y breves abundantes,
Y de esdrúxulos varios no carece.
También en el año de 1767 había asimismo defendido los fueros del idioma castellano, en la ciudad de Valencia, el P. Benito de San Pedro, escolapio ilustre, a quien, sin embargo, no dejó libre la sátira y la maledicencia de su tiempo. En aquella Atenas española, el discípulo de San José de Calasanz, inspirándose en el discurso de Medina (que sin duda se propuso imitar), señalaba a una juventud estudiosa la importancia y soberanía de la lengua castellana en gravedad. dulzura y elegancia, y encarecíales que tratar de la dignidad del romance era tratar de la grandeza y de la gloria de la patria (I).
Pero quien con mayor calor escribió, a fines del siglo pasado, con objeto de restablecer el buen gusto y depurar el idioma español de los vicios que entonces lo afeaban, fué D. Juan Pablo Forner, quien en los últimos años de su vida, en 1795, compuso con el pseudónimo del Licenciado Pablo Ignocausto (I) una sátira menipea intitulada Exequias de la lengua castellana, en la cual exclama en la Oración fúnebre con que comienza: Levantemos un monumento a la inmortalidad de esta lengua, ya que la ignorancia no ha permitido que ella sea inmortal; y perpetuemos, cuanto nos sea dable, las excelencias que tuvo en sí, para que la posteridad española cuente entre las grandes hazañas que se atribuyen a este siglo filosófico la de haberla defraudado de la magnificencia de su
idioma, del mayor y mejor instrumento que conocía la Europa, para expresar los pensamientos con majestad. con propiedad. con sencillez, con gala, con donaire y con energía.
Esta obra de Forner, en donde con singular donosura, aunque con duras palabras a veces, se critica el lenguaje grosero y tosco de los que, como él dice, ni peinaban sus discursos, ni sus cabellos, y en donde se investigan con acierto las causas de la perversión del idioma y del mal gusto en nuestra literatura de la segunda mitad del pasado siglo, es a la vez un epítome crítico y doctrinal de la historia de la lengua y de las letras españolas en sus épocas de esplendor y de decadencia, en el cual se hace alarde y reseña de los escritores más famosos que han levantado o pervertido nuestro idioma.
Como se ve, no faltaron escritores distinguidos que, a pesar de la decadencia de las letras, procuraran, en el siglo pasado, mantener el entusiasmo literario, haciendo ver cuanto de bueno y hermoso es susceptible de encerrar el lenguaje castellano. No faltaron tampoco, además de los citados, otros celebrados varones que, escribiendo en buen castellano, mantuvieron los fueros de) buen gusto. Vióse entonces a Feijóo defender los de la general cultura; a Luzán, los de la poesía; a isla, los de la oratoria sagrada; a los Moratines, los de la dramática, y a Jovellanos, con los citados Mayans y Capmany, los dei arte del buen decir, consignados así en preceptos particulares como en el estilo de sus mismas obras. En verdad, la lengua castellana es tan rica y exuberante; rebosan todas sus partes tanta vida y expresión; brinda al pensamiento con tales giros y voces, que no es maravilla verla lucir y vestirse con las galas y adornos más preciosos aun en las épocas de decadencia o en los labios de aquéllos que no pidieron al bien dirigido estudio su mejor consejo. Muéstrasenos entonces como un campo fertilísimo que, sin la intervención de la mano del hombre, se viste, y esmalta, y engalana de lo más lucido y vistoso que tienen los jardines, donde, sin duda, habrá más orden y disposición, pero no serán sus flores más lindas, ni sus aromas más suaves, que en donde brotaron sin que mediara el artificio ni la diligencia humana.
(I) Este trabajo de Forner ha permanecido inédito hasta el año de 1871, en que fué publicado, con interesantes notas, por D. Leopoldo Augusto de Cueto, en el volumen segundo de la Colección de poetas líricos del siglo XVIII (págs. 378-425 del tomo LXIII de la Biblioteca de autores españoles de Rivadeneyra).
Así se explica también que cuando el arte la ha amparado, y ha puesto su mayor empeño en aliñarla, el pensamiento ha latido en ella con peregrina grandeza no superada por ninguno de los demás idiomas antiguos ni modernos (I).
Quede, pues, firme y asentado que jamás ha sido desconocida la dignidad de nuestra lengua. Aun en los días tristísimos de Fernando VII, en que las letras y las artes habían llegado a vergonzoso decaimiento, la Corporación que inició gloriosamente el movimiento intelectual en el pasado
siglo, oyó en su seno alzarse la voz de Musso y Valiente (2), quien, aunando su esfuerzo al de Quintana, trató del estrecho enlace que existe entre la formación, progresos y decadencia de los idiomas y los acontecimientos políticos de las naciones, recordó que nuestros anales patentizan que
la grandeza de la lengua castellana corrió parejas con el sin par poderío de la monarquía española, y proclamó las cualidades que hacen de ella una de las más preciosas entre las vivas (3).
De este concepto, tenido en todos tiempos acerca de la lengua castellana, aun en las épocas más tristes de nuestra historia y de esta conciencia de su dignidad y excelencia ha nacido el amor con que se la ha siempre cultivado, procurando mostrar lo mejor posible todas sus riquezas y perfecciones. Así se explica el número considerable de artes de gramática y de ortografía y de vocabularios que desde fines del siglo XV hasta hoy se han publicado, de los cuales, conforme a los propósitos expuestos en la advertencia precedente, damos en esta obra cantidad considerable de testimonios: así se explica también cómo los que no escribieron sobre filología se dedicaron a pulir y perfeccionar nuestra habla, publicando libros admirables que son hoy pasmo y delectación de todos cuantos adoran en la belleza literaria; así, por último, se comprenden esas explosiones de entusiasmo de que hemos procurado dar cuenta en las páginas que preceden.
(I) M. D´Alambert escribió, analizando la harmonía de las lenguas: Una lengua abundante en vocales, y sobre todo en vocales dulces como la italiana, sería la más suave de todas, pero no la más harmoniosa; porque la harmonía, para ser agradable, no debe ser suave, sino variada. Una lengua que tuviese, como la española, la feliz mezcla de vocales y consonantes dulces y sonoras, sería quizá la más harmoniosa de todas las modernas. (Vol. V de sus Mélanges sur
l´Harmonie des Langues.)
La lengua española, dice el abate Pluche, es de las lenguas vivas la más harmoniosa y la que más se parece a la rica y abundante lengua griega, así en la diversidad de sus modos y frases, como en la varia multitud de sus terminaciones, que siempre son llenas, y en el giro ajustado de sus cláusulas, siempre sonoras. (Tomo X del Espectáculo de la naturaleza, en una carta sobre la educación.)
(2) Al tomar posesión de su plaza de Académico honorario a 2 de agosto de 1827. Fué elegido a 19 de julio de este año. Pasó a plaza de número a 19 de noviembre de 1831. Falleció año de 1838.
(3) También D. Juan María Maury escribía en el Avant-Propos del tomo I de su Espagne Poétique (París, 1826), que entre las lenguas modernas la castellana debe ocupar el primer puesto; es la más apta (añadía) para expresar el pensamiento poético, y su superioridad es notoria.
Cierto es que hoy no se muestra nuestro idioma, en muchos escritores, aseado con aquella pulidez y esmero que pusieron en él los prosadores y poetas de los siglos XVI y XVII; pero no es menos cierto que hay otros que deben ser considerados como verdaderos acrecentadores de las glorias de la literatura española y en cuyos libros la lengua castellana, recordando la nativa nobleza de su madre latina, ha revestido, con el auxilio de la nueva civilización, suma dignidad y elocuencia en la declaración de las ideas, conquistando, en la expresión del pensamiento moderno, un puesto superior a aquél que el latín ocupaba en la expresión del pensamiento antiguo. En las páginas de estos escritores es en donde únicamente debe buscarse el estado de nuestro idioma. En ellos la moderna lengua española vence aun a la antigua por el calor de la expresión, por el aliento de mayor personalidad. por la precisión con que emite el pensamiento. En, estos libros se ve que bien manejada nuestra lengua, nada debe mendigar de las modernas, porque reúne las calidades de todas y ninguno de sus defectos; pues tiene la dulzura de la italiana, la flexibilidad de la francesa, la precisión de la inglesa y la gravedad de la alemana, sin ser inharmónica, ni áspera, ni afeminada. De este modo es propia y acomodada para todas las ciencias y letras; y así en la expresión del pensamiento filosófico como en la de la inspiración poética, lo mismo en las abstractas especulaciones como en los más triviales o amenos pasatiempos, se la ve lucir todo con género de perfecciones y elegancias.
Ahí están en nuestros días, para testimonio de esta verdad, eminentes filósofos, críticos, historiadores, novelistas y poetas, cuyos nombres es ocioso mencionar aquí porque están presentes, sin duda, en la memoria de todos. Pero no podemos dejar de recordar al autor de la Harmonía entre la ciencia y la fe y de la Historia de la Pasión de Jesucristo, el cual, no contento con haber hecho revivir en estos libros admirables, y en cuantos escritos ha publicado, la lengua y el estilo de nuestros clásicos, con las virtudes que la vida moderna infunde en el cuerpo de nuestro idioma, ha escrito la apología del romance castellano con tal arte y entusiasmo, que sea cualquiera la suerte que Dios tenga aparejada a esta riquísima habla, siempre se leerán con admiración las páginas que le ha consagrado este escritor esclarecido. Libre y copiosa corre la frase castellana en el discurso que D. Miguel Mir leyó ante la Real Academia Española (I), patentizando de tal manera con los preceptos y con el ejemplo lo que se proponía ensalzar y demostrar en su peroración, que bien puede afirmarse que desde que el Maestro Medina compuso su famoso discurso, ya citado, no se había escapado de pluma española nada más digno y elocuente en honra de la lengua castellana. Así, investigando el secreto de la majestad y hermosura del romance y los caminos por donde llegó al punto más alto de sus perfecciones, y tratando de descubrir el arcano en que se cifra la extremada belleza del estilo de los libros de nuestra edad de oro, D. Miguel Mir ha escrito el más digno estudio que sobre la excelencia del castellano ha nacido de las plumas modernas españolas.
Con la mención de este discurso es natural se cierre la exposición que hemos intentado hacer del camino que han seguido las ideas acerca de la dignidad. nobleza y engrandecimiento de la lengua castellana en España y aun en el extranjero. En las páginas siguientes se verán los esfuerzos hechos para dar a conocer los secretos de esta misma lengua a fin de hacerla instrumento de expresión para las concepciones miás elevadas del pensamiento humano.
(I) El día de su recepción, 9 de mayo de 1886: Madrid. Tipografía de los Huérfanos, 1886. -51 págs.; las siguientes contienen el discurso de contestación del Sr. D. Marcelino Menéndez y Pelayo.